domingo, 7 de enero de 2024

El chinchón.

El comensal de la Santa Cena, con sus treinta monedas en el bolsillo, es un rata. ¡No ha gastado ni una sola en éstas fechas de derroche y comilonas! Luego se extraña si lo miramos mal. Y encima, dice: - ¡Soy el más listo! He comido, bebido y sigo teniendo el mismo dinero. 

Claro que ésto lo dijo después de haber probado el chinchón. Descolgué el cuadro para quitarle el polvo, con un trapo en una mano y la copa de licor en la otra. Estaba tan concentrada que, sin darme cuenta tiré el chinchón sobre el cuadro como si fuera el Pronto.

No fui suficiéntemente rápida para secar el desaguisado y al chinchón, que le gusta zascandilear, le dio tiempo de colarse hasta el interior del restaurante donde, hace más de dos mil años, se cenó.

A los doce comensales les faltó tiempo para liarse a lametones de aquel líquido que habían visto pero nunca probaron ¡y les gustó! No dejaron ni rastro. Luego, asomados al cristal del marco y entre hipos borrachiles, reclamaron su derecho a probar todo lo que se les pusiera a tiro.

Ante eso optamos todos por dejarlos cantar y esperar que escampe. Fue por unanimidad del colectivo que vive en casa. Todo esto llamó la atención de mi primer abuelito: - Ahora me doy cuenta de que me vine al Más Allá sin haberlo probado, nena. - ¿El chinchón? pero si ya existía entonces - A tu abuela le gustaba mucho jejejeje... Yo era más de beber agua del botijo.

Acerqué la botella a la lámpara del comedor. El abuelito abrió la boca para que se la llenara de licor ¡y éste cayó, en plan cascada, sobre la mesa! ... Se nos olvidó que es un ánima.

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