El Hospital está revolucionado desde que están allí los abuelitos porque el ataque de celos de la abuela no deja de crecer. - "¡¿Qué tiene ese tal Leovigildo que no tenga yo, mal hombre?!" - grita por los pasillos del enorme edificio.
El personal sanitario ha intentado calmarla o ponerle una camisa de fuera pero la abuela es una luchadora nata y no hay quien la pille. Sus patadas en las espinillas pueden tildarse de sublimes.
Andresito, por su parte, sigue gritando el nombre de Leovigildo y no sabemos a santo de qué. La verdad es que nada de ésto me quitó las ganas de comer pero pensé que si ayudaba, aunque fuera un poquito, a resolver el enigma, la abuela me lo agradecería y no tendría malos pensamientos hacia mi como, por ejemplo, quitarme de su testamento.
La persona que más conoce a mi segundo abuelito es su madre, la Momia que, aunque tenga casi tantos años como Matusalem, sigue con la cabeza clara menos en los momentos de pasión junto a mi primer abuelito. Así que, primero, hablé con él.
- Necesito que, durante un rato, dejes de cantarle canciones de amor a tu enamorada. Te lo pido como nieta. - No se pudo negar.
Poco después me acerqué a la abuela con un pañuelo blanco en la mano en son de paz. - ¡Lo sé todo! Leovigildo fue un rey godo y el culpable de que Andresito se quedase sin ir a esquiar al Montblanc. Nunca había suspendido una asignatura y ese era el premio. Solo le quedaba recitar la lista de los Reyes godos. Lo hizo muy seguro de sí mismo. Pero el catedrático que lo examinaba dijo: ¡Falta uno!
Aquello descolocó al jovencísimo Andresito y fue incapaz de recordar. Suspendió y en lugar de ir a esquiar, contrajo un trauma de narices que, muy de tarde en tarde, aún aflora. Entonces grita enloquecido: - ¡¡¡LEOVIGIIIIIIILDOOOOO!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario