domingo, 21 de enero de 2024

¡Vaya humos!

 De repente, un día, Pascualita pareció tomar consciencia de que era un especimen raro y único en el mundo, tanto dentro como fuera del agua. Y ya no hubo quién la aguantara. Le subieron los humos y siempre estaba tiesa como un palo. Incluso dejó de lado al barco hundido que tantas veces le había servido de refugio. Quería otra cosa. - ¿El barco del Faraón, por ejemplo, media sardina? (le dije con sorna)

Seguía haciendo lo que le daba la gana y luego esperaba el aplauso de los personajes de casa. A ellos les resultó gracioso hasta que se cansaron de bailarle el agua. Pascualita solo era amable con la abuela. Al resto nos ignoraba pero debíamos rendirle pleitesía.

Me di cuenta de ello cuando vi pasar a Pompilio, cargado de calcetines de un solo pie, corriendo como una liebre alocada, pegada a la pared. - ¿Hay fuego? (pregunté) - ¡No quiero hacerle más reverencias a la sirena! 

Las bolas de polvo corrían en fila india bajo las sillas y al menor movimiento en la pila de lavar quedaban quietas como estatuas. Las dos caras de la Cristalera fingían dormir. Pepe el jibarizado no decía ni mú.

Los comensales de la Santa Cena se escondían dentro del marco del cuadro como si hubiesen desaparecido. Incluso se prohibieron estornudar. El árbol de la calle había sufrido el ataque de Pascualita y el pobre "lucía" varios mordiscos en las ramas.

La última que recibió la "gracia" fue la Cotilla. Llegó a casa cargada de velas, velitas y velones obtenidos en las iglesias donde "limpia" los cepillos. Pascualita la vio llegar y saltó de la pila de lavar del comedor hasta la bolsa donde estaban las velas. Se me pusieron los pelos de punta ¡La insensata de la sirena estaba a punto de ser descubierta!

Menos mal que, en ese momento, la Cotilla se agachó para recoger algo y Pascualita no tuvo más remedio que agarrarse con los dientes a la oreja de la vecina más cercana a ella... Ahora hace ya unos días y aún la arrastra por el suelo...

 

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