martes, 23 de enero de 2024

Invisible.

Estaba asomada al balcón aprovechando el sol del invierno cuando alguien me ha echo cosquillas en los brazos: - ¡Aaaaayyyyyyjajajajajajaja! - A pesar de no ver a nadie cerca de mi no me cupo duda de que había ligado con alguien. Y le dije a mi desconocido enamorado - No me importa que seas el hombre invisible. Lo importante es que el bisnieto de mi abuela sea bien visible. 

Las cosquillas se fueron bifurcando y ya dudaba de si era un hombre invisible o un pulpo invisible. Pero, no. Ni lo uno ni lo otro, de nuevo mi gozo en un pozo: ¡eran hormigas! ¡Un batallón de hormigas que subía por el tronco del árbol de la calle y se estaba adueñando de todas las ramas y la barandilla del balcón.

- ¡Haz algo, nena! Prueba con Pascualita. Prefiero que se las coma a que me coman ellas a mi.

La sirena no le hizo ascos y comió hasta hartarse. Después se lanzó al agua de la pila de lavar del comedor y fueron muchas las hormigas que quedaron flotando.

Lo siguiente que iban a conquistar era mi casa ¡y no podía consentirlo! Solo de pensarlo se me puso la piel de gallina. No me quedó más remedio que hablar con mi primer abuelito que acudió a mi llamada envuelto en un nuevo sudario de Ives S. L., lleno de sobrasadas, botifarrones, pancetas... todo asándose a fuego vivo en las torradoras, celebrando San Sebastián. 

Enseguida encontró la solución que vino volando. Unos gráciles osos hormigueros aparecieron entre las nubes, aunque parezca imposible y posándose suavemente en la copa del árbol de la calle, se dieron un atracón de hormigas hasta no dejar ninguna.

Después y a pesar de lo que les costó levantar el vuelo, desaparecieron tras una nube-tranvía que las esperaba pacientemente haciendo sudokus.

 

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