jueves, 11 de enero de 2024

Tesoros del cantarano.

Aprovechando que la Cotilla está "limpiando" cepillos de iglesia he entrado en su cuarto, ese que tiene por la patilla, a rebuscar en el cantarano de la abuela. 

Los cinco cajones son como el cofre de los piratas, llenos de maravillas como, por ejemplo: unas cintas de seda que le regaló un chico que la rondaba de jovencita... Yo no tengo ni eso ¡¿Así cómo voy a tener un bisnieto?!

Voy a apresurarme porque si la Cotilla me pilla se chivará a la abuela. 

Ha pasado una hora sin darme cuenta, ensimismada ante objetos supervistos por mi hasta que uno, sin saber por qué, destaca entre todos los demás. No siempre ocurre pero hoy, si. Aunque ha sido, en parte, por Pascualita, que venía en el bolsillo de mi bata de andar por casa, que ha saltado al cajón que tenía abierto y lo ha revuelto todo con su habitual "gracia" - ¡Quieta, media sardina de las narices! ¡Lo romperás todo! 

No podía cogerla. Era como el rabo de una lagartija. No paraba quieta. 

En esas estábamos cuando escuchamos: - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaa! - Y como un resorte bien engrasado, Pascualita volvió al bolsillo a la velocidad del rayo. La misma que usé yo para cerrar el cajón sin hacer ruido, salir del cuarto, cerrar suavemente la puerta y fingir que salía del cuarto de baño ante la Cotilla. - Por un momento creí que estabas en mi cuarto, boba de Coria (dijo recelosa)

¡Uf! Tuve que sentarme en la salita y tomar, a medias con la sirena, unas copitas de chinchón para calmar los nervios. Entonces vi que Pascualita llevaba en la mano una pluma estilográfica con más años encima que la tos.

Mi primer abuelito apareció de pronto a medio vestir: - ¡Era de mi abuelo! El tenía una pluma de ave que cambió por ésta cuando se la encontró en la puerta de Alcalá ¡mírala, mírala!

 

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