miércoles, 10 de enero de 2024

¿Qué fue antes, Pompilio o los calcetines?

... Y el faraón habló: - Quiero que las piedras de la primera hilera de mi pirámide tengan mi altura para que las gentes de generaciones futuras flipen viendo mi envergadura.

- Alguien tendría que decirle que su estatura no es nada del otro mundo (comenté, muy flojito, al egipcio que estaba a mi lado, participando del acontecimiento) - ¡No te conozco, extranjera! - ¿Pero no ves que hará el ridículo? ¡Personas de uno cincuenta las hay como churros! - ¡Calla o nos despellejaran en vida!

El faraón estaba encantado y para demostrarlo dejaba que sus súbditos pusieran objetos de oro junto a sus pies. Entonces pensé en Pompilio, no sé porqué... ¡ah, sí! Porque en los pies del faraón, ni de todo el País, no había ni un triste calcetín!

Entonces, como por arte de magia, el Pompilio del siglo XV antes de Cristo, apareció corriendo como una centella y con una de las sandalias ceremoniales de oro bajo el brazo mientras su dueño se tendía en una estera, a la sombra de los sicomoros, plantados en tiempos del bisabuelo del actual faraón.

Los obreros de la piedra se afanaban por dar forma a los enormes bloques de arenisca haciendo un cubo perfecto. Ver trabajar a esta gente me hizo sudar...

 Poco a poco, el sueño de la siesta se difuminó ante un paisaje tan nevado y arrasado por vientos huracanados que me dejó helada antes de darme cuenta que estaba mirando la tele.  Tiré de la manta de sofá, caída a mis pies y me dedicó una rutilante sonrisa como solo ella sabe ofrecerme desde que sabe que está entre mis objetos favoritos.

 

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