Estaba yo de cháchara con el árbol de la calle cuando mi primer abuelito apareció sobre una rama para decirme: - Mira, nena. En ese taxi llega la Cotilla.
No me lo podía creer ¡La Cotilla en taxi! Con lo que le cuesta soltar un euro. El coche aparcó debajo de casa, se abrió la puerta y la vecina salió dando gritos, aunque el taxista no se quedaba corto: - ... ¡Robándole a una vieja! ¡Sinvergüenza! Toma cinco euros y vas que chutas.
A través de la puerta abierta del coche salían sapos y culebras contra la Cotilla. Lo siguiente en salir fue el taxista que, como un miura enfurecido, se fue a por ella. Yo cerré los ojos para no ver el ataque que no pintaba bien para la vecina: - ¡Ay, ay, ay...!
El comentario del árbol de la calle hizo que los abriera: - Ya me extrañaba a mi que no se saliera con la suya.
La embestida del miura-taxista se vio detenida por un brazo, que aunque había perdido longitud al paso de los días, seguía teniendo aún sus buenos dos metros y medio de pura fibra. El hombre, pálido y desencajado, dio media vuelta, se metió en el coche y salió como una exhalación, a pesar de que la Cotilla le mostraba el billete de cinco euros.
Antes de entrar en la finca me vio asomada al balcón: - ¡No me ha querido cobrar!
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