jueves, 18 de julio de 2024

Poner la oreja.

 Por supuesto, la escoba no barrió. Pues buena es ella. Aunque la Cotilla no se enteró porque permaneció encerrada unos cuantos días. Me acerqué varias veces a la puerta a poner la oreja y pude escuchar cuchicheos. Unas veces acelerados, otras rabiosos. También la escuché lloriquear... - ¿Cotilla está bien? - Nunca lo supe porque me daba la callada por respuesta.

Lo encontré de muy mala educación y así lo conté a los personajes de casa. Hubo división de opiniones sobre lo que yo debía hacer... o no, en éstos casos. Al final me decanté por el consejo de Pepe el jibarizado. La cabeza hueca fue la más razonable de todos.

- ¡OOOOOOOOOOOOOOOO! Pasa de ella (me dijo) OOOOOOOOO y aprovecha para darle un bisnieto a tu abuela o acabarás sin la Torre del Paseo Marítimo.

La costumbre de pegar la oreja a la puerta se extendió rápido entre los personajes. La más asídua fue Pascualita. Pronto entendimos lo que decían los murmullos: - ¿Dónde está?¿dónde está?¿dónde está?...  ¡Ay, que me da algo, algo, algo. Me da algooo, tralará! ¡Mi cartilla.micartillamicartillamicartillaaaaaaaaa!...

El árbol de la calle se quejó amargamente. - ¡No escucho nadaaaa! Nena, dile a la Cotilla que hable más fuerte ¡Aaaayyyy, que desgraciadito soy y que poquito me quejoooooo!

Las peleas por los mejores sitios para poner la oreja eran constantes. Y fue el comensal de la Santa Cena, famoso por sus treinta monedas, quien puso paz y las triplicó poniendo entradas numeradas, a la venta. Hasta yo debo hacer cola y pagar... ¡en mi casa!



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario