miércoles, 24 de julio de 2024

Cantos de sirena.

Pascualita está de los nervios. No sé si es por el calor o porque está hasta las narices de comer siempre lo mismo. 

Lo del calor se lo soluciono echado cubitos de hielo a la pila de lavar hasta que veo como su fea piel de ahogado se vuelve azul por el frío. Pero el cambio de comida es más difícil porque, en el puesto del mercado de Pere Garau donde compro su pienso, solo hay Pedro, Juan y Andrés. Sin embargo la sirena, pese a sus milenios, ha demostrado que puede valerse ella sola.

Esta tarde ha venido a casa el Jefe de los Municipales acompañado de Bedulio. El psiquiatra que lo trata quiere que vean (el y su acompañante) que, en mi casa, no hay fantasmas ni cosas raras. No le vi muy convencido pero estaba resignado a su suerte. 

El jefe me preguntó si había moros en la costa.. - Ya me entiende (dijo y me guiñó un ojo) - No sé si habrá llegado alguna patera... - Se puso muy serio: - ¿Está en ésta casa su señor abuelo? - ¿Se refiere al primero? - Sí. - No, no está. - Mi primer abuelito se partía de risa mientras daba vueltas, volando alrededor de la lámpara del comedor. - ¿Lo ve, Bedulio? ¡No hay fantasma que valga! - Así se tiraron un rato porque también se dirigieron al árbol de la calle... - ¡No habla, hombre de Dios! .De repente, una canción atrayente los envolvió con su melodía y se dejaron llevar ... hacia la pila de lavar del comedor. - ¡Oh, no! (pensé) ¡Se los quiere comer!

Como un rayo agarré a Pascualita del pelo-alga y la lancé contra la Cristalera que acababa de cerrarse.

Al cesar el canto de la sirena, los dos hombres volvieron en sí y no daban crédito al verse metidos en remojo en pila ajena: -  ¿Recordando los veranos de la niñez, chicos?

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