domingo, 28 de julio de 2024

No se me ocurre nada...

Teniendo en cuenta que me he quedado sin medallas por la Manoslargas de la Cotilla, es normal que quiera tomarme la revancha. 

Subida en el borde de la pila de lavar del comedor, Pascualita no me quitaba el ojo de encima mientras yo iba y venía de un extremo al otro del piso estrujándome el cerebro para ver qué jugarreta se me ocurría hacerle a la vecina que seguía viviendo en mi casa como si fuera suya.

Acabé pidíendo ayuda a mi primer abuelito: - ¡No me pidas eso, nena! Estoy en el lado bueno del Más Allá, por lo tanto no puedo participar en algo que ofenda a otra persona, a no ser que quiera ser trasladado al sótano de abajo. Y no es mi caso.

Desapareció de mi vista dejando tras de sí un montón de aros olímpicos revoloteando alrededor de su hermoso sudario de nieve blanca de las cumbres del Kilimanjaro. Fue Pepe el jibarizado quién me dio una idea al contarme una historia de su poblado:

- Era el guerrero más guapo y elegante de la tribu. Nadie llevó jamás unas plumas más sofisticadas en el pelo con tanta gracia como yo. Era un espectáculo verme andar como una gacela, pisando suavemente el polvo de la calle. Era feliz y eso es algo que se paga caro. Creí que no tenía enemigos ¡Ja! Me equivoque. Los pájaros, a los que había arrancado sus plumas más armoniosas y cantarinas, se aliaron contra mi, envidiosos de que me sentaran mejor que a ellos. ¡De eso se valió el jefe de la tribu vecina para capturarme, cocerme con patatas, comerme y dejando mi cabeza reduciéndose hasta quedar como ahora la ves!

Miré a Pepe y exclamé: - ¿Me sugieres que me coma a la Cotilla? Pero si es más vieja que San Antón y dura como un cinturón de piel de cocodrilo ¡Anda y que te zurzan, Pepito!

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