La ola de calor anunciada en todos los telediarios, hoy nos ha dado de lleno. ¡Si hasta se ha fundido la nevera! No la luz, sino la nevera entera. Por casa y en dirección al balcón, se ha ido extendiendo un extraño monstruo de colores neutros, compuesto de hierros, estantes alargados como los relojes de Dalí. Tapers, botellas de refrescos, etc... Los helados, fundidos junto con sus envases, dieron colorido al mejunje.
A su paso desaparecían las bolas de polvo porque el magma neveril no le hacía ascos a nada. Pompilio ha estado a punto de ser engullido. Menos mal que está acostumbrado a salir por pies para no ser descubierto por los dueños de los calcetines robados.
Al llegar al balcón, el árbol de la calle ha mandado una rama a que catara semejante "cosa" -¡Es lo más rico que he probado en mi vida! (exclamó entusiasmada) - Y llegó la órden a través de la bocaza de madera, del árbol: - ¡Adelante con los faroles! ¡El camino es hacia abajo! ¡Hale hop!
Y la masa, encantada de ser tan bien recibida, no se hizo de rogar y cayó con un ¡PLAF! trepidante, en el alcorque que, inmediatamente, se ahuecó y dejó pasar todo el "magma" hasta las raíces que dieron buena cuenta de él. Lo sé porque tiempo después sonó un estruendoso eructo seguido de un: ¡GRACIAS, NENA!
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