miércoles, 31 de octubre de 2018

Días de recuerdos.

Como una sopa he llegado a casa. Y la Cotilla también, solo que ella traía el paraguas chorreando y lo ha paseado por toda la casa. - ¿Sabes qué es aquello que está detrás de la puerta de la calle? - ¿Lo que yo salvé de la basura? - Si. - Paragüero. Mira que no saber cómo se llama. - ¿Y para qué sirve? - Nena, tiene razón tu abuela. Cada día eres más tonta: ¡para poner los paraguas! - ¡Pues meta el suyo allí que está dejando el suelo empapado!

Se me quedó mirando un rato. Luego dijo: - ¿Me estabas vacilando?

No le contesté porque vi luz en el antiguo cuarto de la abuela. Entrar allí me retrotrajo muchos años atrás. El viejo cantarano estaba lleno de velitas, animetes, que iluminaban el retrato de la bisabuela colgado en la pared. Inmediatamente pensé: - Esto tiene que verlo Pascualita. - Di media vuelta y tropecé con la Cotilla que se había colocado detrás de mi. - ¿Qué pasa? - Recuerdos de mi infancia que guardo en cada esquina... - Me voy, que cada día estás más loca y seguro que eso se pega.

Volví con Pascualita al cuarto de la abuela después que se fuera la Cotilla. La sirena no tuvo más ocurrencia que soplar las velitas - ¡No se pueden apagar! Cuando vuelvas a tu hábitat podrás hacer lo mismo en memoria de las sirenas que te comiste, si es que alguna vez las echas de menos... ¿Tienes un cantarano en tu casa?

- "He traído panellets para celebrar ésta fiesta" - ¡Huy, abuela, que susto me has dado! - No era para menos. Vestía sus clásicos estilettos y un conjunto roquero años sesenta. El maquillaje había convertido su cutis en algo muy parecido e igual de desagradable, al color cadáver-ahogado de Pascualita. Unas ojeras intensas y casi hasta los pies daban ganas de ingresarla en la UCI. -  "Estáis en terreno privado de una servidora"

- He vuelto a la infancia, abuela. - "Allá tú. Yo he vuelto para ponerle una "animata" a tu primer abuelito que se me había olvidado... Luego se enfada el jodío" - Es bonito que, a pesar de todo lo que le hiciste, le enciendas una lucecita.

De repente, Pascualita se enderezó sobre su cola de sardina. - ¡A visto algo! ¡Que  miedo, que miedo, que miedo! - ¡¡¡PLAMMMM!!! (sonó la puerta de la calle) - ¡EL ABUELITO! (grité, encogida y asustada)

La Cotilla entró resuelta en el cuarto. - He traído dos botes de fabada asturiana que caducan mañana. Nena, ves poniendo la mesa...

Al ir a sentarnos a la mesa de la cocina, la silla de la abuela se desplazó, sola, para que pudiera sentarse sin apreturas. Ella lanzó, coqueta, un beso al aire. La Cotilla, Pascualita y yo, nos escondimos bajo la mesa.

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