domingo, 31 de marzo de 2019

Dicen que va a llover.



Estoy todo el día con el paraguas colgado del brazo, asomada al balcón, esperando que llueva. Me hace ilusión porque, o llueve o volverán a traernos el agua en barcos.

Hace días que dicen en la tele que va a llover el domingo y todos estamos encantados pero, entre que cambiamos la hora y andamos por eso algo despistados, y que no dicen, exactamente, a qué hora lloverá, aquí estoy empantanada, sin poderme ir a ningún sitio porque no es plan de salir a la calle con katiuskas, paraguas y chubasquero para que luego haga un sol de justicia y ser el hazmereir de la gente.

Pascualita está conmigo para ser de las primeras en recibir las aguas de Abril. Dicen que Abril, aguas mil. A ver si se cumple el refrán. Pero también dicen de alguien tonto de remate, que le faltan las aguas de Abril. Y la abuela me ha recomendado que me empape bien de ellas.

Ya sé que el agua de lluvia es dulce y a la sirena no le sienta bien pero, por mojarse un poquito no va a pasarle nada.

De repente siento que debo hacer una buena acción (será por el aburrimiento). Arriesgando mi vida subida a una silla en el balcón, cubro con un gran plástico los nidos del árbol. Después, a medida que van llegando los padres de esos huevos, se monta un guirigay de protestas airadas porque no pueden entrar a sus nido a empollar.

- ¿Te das cuenta, Pascualita? Siempre hay quien te protesta por mucha razón que tengas. ¿No estarán mejor los pájaros resguardados de la lluvia, aunque no estén cómodos? pues, por lo visto, no. ¡En qué mundo vivímos! ¿Te das cuenta? No sé cómo será lo que te encuentres cuando vuelvas a tu hábitat pero no creo que sea muy diferente de éste.

Pascualita torció en gesto. - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! - ¡Ostras, la Cotilla! - Apenas me dió tiempo de deshacerme de la sirena. La lancé sobre el árbol de la calle y como sus ramas estaban cubiertas de plástico, Pascualita se deslizó hacia el abismo. Y cayó... sobre Bedulio que estaba haciendo su ronda por mi acera.

La pobre tuvo que asirse a algo para no estrellarse contra el suelo y lo que tenía más a "dientes" eran las orejas. Y en una de ellas clavó la dentadura de tiburón.

Mientras yo corría escaleras abajo, él iniciaba una especie de danza de la lluvia de los indios apaches, saltando y gritando como un condenado como si el santo de la rogativa fuera sordo. Arranqué a la sirena de un fuerte tirón, lo que propició que se llevara un trocito de lóbulo que tragó en un plis plás y mientras el Municipal se desangraba como un toro de lidia, conseguí llegar al comedor de casa sin que me viera la Cotilla y meter a Pascualita en el acuario.


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