miércoles, 8 de mayo de 2019

Estoy de los nervios.

No le he dicho ni una palabra a la Cotilla sobre lo de la carta de Trump para no levantar la liebre. Pensé que sabría disimular ante ella pero estoy hecha un manojo de nervios y salto por la cosa más nimia. - ¡Caramba, nena, ni que tuvieses la menopausia! -

También se ha dado cuenta de que algo no va bien, Pascualita. Incluso Pepe debe tener la mosca detrás de la oreja (que es lo único que le queda entero) porque ya le he echado varias broncas al pobre. Mientras abría una lata de fabada para la comida, le conté lo que había pasado, llorando a moco tendido y ¿qué hizo él? ¡¡¡NADA!!! Ni siquiera parpadeó. Ni una palabra o gesto de cariño, de comprensión hacia mi.

Se quedó tan pancho. Cuando me calmo y razono, me digo que una cabeza jivarizada no tiene mucho que decir. O sea, que comprendo su postura pero, cuando pienso que me he quedado sin veinte millones de dólares se me nubla el entendimiento y grito como alma en pena. Tanto es así que los vecinos, asustados por esas voces extrañas, que lo mismo grito de día como de noche, han llamado a un exorcista para que saque "al espíritu maligno" de la finca. Y por lo que sé, les ha cobrado un ojo y medio de la cara, sin ningún resultado positivo.

Pasará bastante tiempo antes de que la calma llegue a mi... si es que llega.

Alguien debió irse de la lengua, el abuelito, hablando de mi como una joven de buen ver, a la que le iban a caer millones de dólares, porque me está pretendiendo el señor Li. - ¿Tú ya sel lica? (me preguntó el jodío del chino en cuanto le abrí la puerta) - Si tu sel lica, yo casal contigo. - ¿Y si no lo soy? - Yo ilme pol donde he venido.

Y así estamos en casa. Todos de los nervios: Pascualita (que no para de tirarme buchitos de agua envenenada), Pepe que es muy sufrido y se guarda para sí los disgustos) Y yo que no dejo de darme cabezazos contra las paredes.

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