lunes, 13 de mayo de 2019

Seguimos sin acuario.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaaa! Nena, dáme doscientos euros que te he resuelto el problema. - ¿Cree que le voy dando 200 euros a todo el que me los pide Cotilla? - Me pediste ayuda y te la traigo: un sitio para meter una sardina y que estuviese holgada. Lo he dejado en el pasillo.

Sentí un enorme alivio. Por fin Pascualita tendría un nuevo acuario con sus algas, su arena, piedrecitas, el barco hundido... - ¡COTILLA! ¿QUÉ ES ESTOOOO? - Hasta ahora ha sido un bidé pero tu puedes usarlo de lo que quieras.

Era un bidé viejo, sucio y seguramente, lo encontró junto a un contenedor. - ¿A qué es mono? - ¡Es una porquería! - ¡Ya salió la exigente! Es antiguo y por lo tanto, vale lo que pesa. - Alargó la mano: - Son 200 euros.

- ¡A la porra usted y el deshecho de obra éste! - ¿Crees que vas a encontrar algo mejor por éste precio? No tienes ni idea de a cuánto están estas piezas en el mercado de antigüedades, inculta. - Déjese de historias y saque "esto" de mi casa. - Al decirlo me puse en plan Cristobal Colón señalando la puerta con el dedo índice tieso. Pero no me hizo ni caso. - Aquí te lo dejo. Lo miras con detenimiento, te lo piensas bien y , cuando venga ésta noche ya hablaremos. No es bueno tomar decisiones en caliente. - Y allí se quedó el bidé, en medio del pasillo porque me daba cosa tocarlo.

A media mañana llamó una vecina para pedirme un huevo. La pobre es corta de vista y muy caprichosa. - Nena, déjame un hue... ¿Qué tienes ahí? - Es un... - Aaaaayyyyyyyyy, que cosa más preciosa para colocarle una maceta de cintaaaaaassssssss ¡Me encantaaaaaaaaaa! ¿Dónde lo has comprado? ¡En los chinos! ¿A qué sí? - Pues... no. Mi bisabuelastra... ya sabes, la ricachona, me lo ha dejado para ver si esta pieza decorativa, que es carísima, pega bien con el ambiente de mi casa... - Ya te digo yo que no. (dijo, categórica) - ¿Ah, no? - En cambio en mi casa... allí sí. - ¿Sí...? - Lo que yo te diga.

Cuando llegó la Cotilla de sus trapicheos nocturnos, el bidé ya no estaba en casa. - Tenga Cotilla, cien euros. - ¿Te lo quedas? pues son 200. - ¡Lo he vendido!

Brindamos con chinchón, una y otra, y otra, y otra... vez. Cuando ya bizqueábamos llamaron a la puerta. El marido de la vecina estaba en el rellano de la escalera con el viejo bidé en brazos. En cuanto me vio abrió la boca para protestar. Seguro. Y se la cerré en las narices.

Luego, la Cotilla y yo nos hemos pasado toooooda la noche cantando aquello de: ¡¡¡SANTA RITA, RITA, RITAAAAAAA, LO QUE SE DA NO SE QUITAAAAAAAAA!!!

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