sábado, 25 de mayo de 2019

¡La madre que lo parió!

Bedulio llamó, insistentemente, a mi puerta. - ¿Qué pasa, hombre? ¿Tantas ganas tienes de verme? - Todo lo contrario. Cuanto antes te vea, antes me voy. - No le ha dado Dios el don de la diplomacia.

- Toma, te han denunciado. - ¿Por? - Porque no paras de hacer ruido a horas intempestivas... - A esas horas duermo... claro que si aparece mi primer abuelito... - ¡Para!. - ... hacemos tertulia y... - ¡¡¡PARA YA!!!

No lo puede remediar. Es nombrarle a mi antiguo pariente y se le cambia la cara. Lo he comentado muchas veces con Pascualita y mientras ella bizquea, yo me parto de risa.

Muy serio, me anunció que la denuncia era, además de por escándalo, también era por robo. - ¡¿Eh?! - Eso pone aquí. - Yo no robo, eso es cosa de la Cotilla. - Dice que te quedas con todas las pinzas de la ropa que caen en el patio interior. - ¡Claro! Yo lo límpio. - ¿Y te quedas las pinzas? - ¡Sí! - Acabas de confesar tu crimen.

Dio media vuelta dispuesto a irse. - ¿Quién ha sido? - Don Bandurrio Pelagatos. - Y me señaló el techo. Le agarré el brazo y lo metí en casa. - ¡¿Don Tiquismiquis?! - Don Band... - ¡Lo que yo te digo! ¡La madre que lo parió!.

Bedulio siempre está incómodo en casa y no deja de mirar aquí y allá. - ¡¿Por qué tienes un bidón de gasolina en el comedor?! - Es psicodélico. Decora. - ¿Sabes que puedo denunciarte por terrorista? - Mientras hablaba, meneó el bidón con fuerza pensando que estaba vacío y no a tope de agua de mar, algas, arena, copiñas, el barco hundido ¡y una sirena! El resultado fue que una ola marina se le vino encima y quedó chorreando, con un flequillo de algas y, lo que es peor, con Pascualita enganchada a una oreja.

¡Cómo gritó, pataleó, lloró, babeó, moqueó, corrió... !

Mientras bebía a morro de una botella de chinchón hasta la borrachera, el vecino de arriba aporreó la puerta. Abrí de sopetón, le tiré de la manga diciendo: - ¡Pasa, valiente. El ánima de mi primer abuelito te espera!

Ahora tengo a Bedulio durmiendo la mona en la salita, a Pascualita relamiéndose del trocito de oreja que se comido y la manga de la americana del imbécil de arriba, que le he arrancado de un tirón mientras él escapaba, con el rabo entre las piernas, escalera arriba, hacia su piso.

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