jueves, 12 de marzo de 2020

La Cotilla tiene un negocio entre manos.

Me ha despertado el contínuo ir y venir de pasos en mi propia casa. Atontada aún por haber sido sacada de un bonito sueño contra mi voluntad, pensé que mi primer abuelito había bajado de la lámpara en la que estuviera subido, para darse unos paseos pisando el suelo para recordar sus años en los que no era un fantasma.

Me quedé tranquila y traspuesta hasta que un golpe me trajo, de nuevo, al mundo real. Y ésta vez sentí miedo. ¿Quién estaba en casa? ¿ladrones? ¡Claro, solo podían ser ladrones!

Pensé en Pascualita y en lo lejos que estaba de mi, allí en su acuario del comedor. Y ella era mi arma de destrucción masiva para defenderme del, o los, intrusos.

No me quedó más remedio que armarme de valor y, descalza, para no hacer ruído, ir a buscarla. Estuve a punto de gritar. Las baldosas estaban heladas. Menos mal que otra sucesión de pasos como los anteriores, me dejaron muda.

Me adentré en la oscuridad del pasillo tanteando las paredes. Una rendija de luz bajo la puerta de la cocina, me avisó de que allí había alguien.  - ¡Oh, oh...! (pensé y a punto estuve de dar media vuelta, meterme en la cama y taparme hasta la cabeza)

Y entonces ¡la puerta se abrió de golpe! - ¡¡¡AAAAAAAAAAAAAH!!! (grité yo) - ¡¡¡AAAAAAAAAAAAH!!! (gritó la Cotilla)

Desde la entrada hasta el comedor, pasando por la salita y el antiguo cuarto de la abuela, todo estaba lleno hasta arriba, de paquetes de papel higiénico. - ¿De dónde ha salido todo esto, Cotilla? - Ya ves tú que cosas..., de un camión abandonado...

Ay, Cotilla ¿y qué comprará la gente, mañana, en Mercadona?



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