lunes, 2 de marzo de 2020

¡Menudo despertar!

Un grito desgarrador ha roto el silencio de una tarde lluviosa y me he despertado golpe, con lo mal que sienta eso, mientras el frío de la muerte se instalaba en mi corazón.

¡Que momento más terrible! Solo una cosa me aliviaba y era haber podido escapar de una situación incómoda en la que estuve un rato que no se lo deseo nadie.

En el telediario habían anunciado la llegada de otra tormenta tropical, con fortísimas rachas de viento de esas que se llevan todo lo que encuentran a su paso y en este caso, se me llevó ¡a mi! como si fuese la Dorita de la película del Mago de Hoz.

El torbellino me arrastró entre vueltas de campana hasta que perdí la noción del tiempo y del lugar. Cuando todo terminó abrí los ojos aliviada, sensación que duró ná y menos porque, unos metros por debajo de mi ¡un cura decía misa!

Me costó un poco darme cuenta de que estaba en el techo de una iglesia, estampada en la pared de la bóveda en plan pintura al fresco, representando a un personaje bíblico. Quise frotarme los ojos pero me fue imposible. Recordé mi vértigo...

Después de oír unas cuantas misas estuve más atenta a los cepillos de la iglesia, por si la Cotilla aparecía por allí para "limpiarlos", que de las palabras, monótonas, del cura. Y, de repente, aunque sin torbellino esta vez, aparezco saltando del sofá de la salita, con Pascualita chorreando agua fría sobre mi escote, la abuela riendo su "gracia" y los vecinos aporreando la puerta gritando: ¡¡¡NO CHILLEEEEES!!!


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