viernes, 17 de julio de 2020

Una reunión "familiar"

Menuda la que se ha montado en mi casa. La abuela contó a Andresito lo de la mascarilla voladora. El no la creyó - Debiste pasarte con el chinchón, cariño. - Pero, a pesar de ello, se lo contó a su madre y a la Momia le faltó tiempo para pedirle a su hijo que organizara un encuentro familiar, en mi casa, porque no quería dejar éste mundo (no ahora, sino tirando hacia el año 3.000) sin ver una cosa tan extraordinaria.

Andresito no supo negarse. A la abuela no le pareció mal. Geoooorge dijo que si también podría ir a ver el espectáculo. A mi me llamaron para que avisara a la Cotilla y a Bedulio. La cuestión era juntarnos todos y pasar una tarde agradable, viendo lo nunca visto y tomando chinchón on the rocks bien fresquito. La merienda la pondrían los abuelitos con bandejas llenas de delicatessen... ¡¿Cómo podía negarme?!

El caso fue que se llenó la casa de gente. Y como el cotilleo está a la orden del día y la Cotilla no puede tener la boca cerranda, los vecinos empezaron a llamar a la puerta. - Hola, nos dijeron que trajeramos algo... traigo una botella de gaseosa. Yo, una bolsa de cacahuetes. Pues yo traigo hambre...

Yo había hablado con mi primer abuelito, adulándolo - Eres una celebridad. Vendrá gente a verte saltar y volar como hiciste el otro día, con la mascarilla puesta para que sea más espectacular...

Los últimos en llegar fueron el señor Li y Bedulio. A una señal mía, el abuelito dio comienzo al espectáculo. El ánima y su mascarilla dejaron a todos boquiabiertos. Aplaudían a rabiar y comían a dos carrillos. Era digno de verse. También yo estaba entusiasmada hasta que me di cuenta que el único que llevaba mascarilla era quien no la necesitaba. Empecé a sudar.


De repente, Pascualita entró en escena cuando el abuelito se situó sobre el acuario. La gente se levantó para no perder rípio. Jaleaban los saltos del bicho acuático y de la mascarilla. Una voz gritó: - ¡¡¡GAMBA GOLDAAAAAAAAAAAAA!!! - Y todo se precipitó. El señor Li saltó sobre la gente para coger a la sirena. Otros saltaron al lado contrario donde estaban las badejas y el bebercio. Pronto se liaron a tortas y se armó tal cacao que vino la policía a poner orden... Ahora somos ciento y la madre en cuarentena, con el barrio y mi finca, cerrados a cal y canto por confinamiento... Y encima, me hechan a mi la culpa.



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