Después de desayunar he salido con Pascualita al balcón. Ha llovido ésta noche y el árbol de la calle estaba hecho una sopa y no de muy buen humor. - Hay nubes puñeteras que te calan hasta el último pedazo de madera. ¿No podrían ponerse un termostato y cuando basta de agua, pararse? No. Ellas van por el firmamento como cabra por rastrojo y aquí me meo y aquí no.
Al dar un paso hacia el árbol, éste gritó: - ¡Quieta, que te lo cargas!
Quedé con la pierna en el aire. - ¿Qué pasa? - La rama más cercana me tocó la cabeza obligándome a mirar abajo.
En un charco de lluvia había ... un pececillo, al que casi había que mirar con lupa - Su vocecita me llegó lejana y tuve que agacharme: - Soy un mini Manatí. - ¿Manatí, tirirí? - Muy graciosa (pero no le hacía gracia) - ¿Cómo has llegado hasta aquí, Manatí? jijijijijiji - Me habían dicho que eras tonta... ¡pero no tanto!
Pascualita, asomada al escote de mi bata, una vez que consiguió enfocar bien la vista, saltó a por el esmirriado bicho. - ¡Ah! (me dije a mi misma) Tal vez a Pascualita le hace falta un Manatí jijijijiji - Perdona, ¿eres él o la?
La sirena tocó al pececillo con sus manitas palmeadas. - ¿Importa eso? ¿Un "él" se pondría rimel en las pestañas? - ¿Por qué no? - Y una "la" ¿también? - También.
Entonces ocurrió algo asombroso: Manatí y Pascualita se fundieron en un abrazo mientras yo seguía sin saber si era chico o chica.
Según contó después el (o la) mini Manatí, una tromba marina l@ absorbió junto con una gran cantidad de agua. - ¿No temes que te coma Pascualita? - ¡Nooo! Manatí y sirenas siempre fuímos como escama y carne.
El sol salió de repente secando los charcos de lluvia. Entonces una hojita del árbol cayó al lado del Manatí que se subió a ella, cerró los ojos y cuando los abrió ya estaba en su hábitat. Otra hojita vino a por Pascualita pero ella no se subió.
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