miércoles, 30 de diciembre de 2020

Filosofando.

 Con el paso de los años Pascualita es cada vez más terrestre. Puede estar horas fuera del agua de mar y no le pasa nada. Aunque sigue sin soportar el agua dulce y mucho me temo que, al paso que va, pronto dejará de nadar. Esto demuestra que es una luchadora nata, adaptándose a las circunstancia que le han tocado vivir desde que llegó a nuestra casa en la lata de sardinas en aceite.

¿Demuestra esto que, probablemente, haya más sirenas y sirenos, desperdigados a lo largo, ancho y hondo del Planeta?... ¡Y yo qué sé! Pero es bonito filosofar y sentirse como una Princesa de Mónaco que solo viste ropa de Chanel. ¡Yo también quiero vestir de Chanel desde que me levanto hasta que me acuesto!

Iba a tener tantos pretendientes que tendría que apartarlos a patadas para poder caminar con mis Manolos de tacón altísimo por las calles de Palma. ¡Que bonita visión!

Esta conversación, que no lleva a ninguna parte, la tuve con Pepe el jibarizado pero fue como clamar en el desierto porque ese día debía dolerle la cabeza... ¡lo único que tiene! y no estaba para filosofar!

Pascualita, que sabía que hablaba de ella, no me quitaba ojo. De vez en cuando me tiraba un buchito de agua envenenada pero sin mala intención. Por pasar el rato.

Mi primer abuelito está alicaído, nunca mejor dicho, porque al perder sus fingidas alas de servilletas rojas se sintió como si se hubiera quedado sin poderes. ¡Ya no era Peter Pan! Solo una pobre alma que vagaba por los techos de la casa de su nieta. - Hay más servilletas, abuelito. Incluso tengo unas que son rodajas de melón... ¿No te inspiran? 

El pobre, subido a la lámpara de la cocina, siente que su vida eterna se alarga hasta el infinito y más allá y que no hará el camino volando. Tendrá que cansarse, agotarse... y seguirá sin llegar a ningún sitio. 

Como tenía que sacar a Pascualita a que le diera el aire, a falta de perro que pasear, hemos ido a la Plaza de España a comprar unas pequeñas hélices luminosas que sus vendedores, chicos de la madre Africa, lanzan a las nubes con ayuda de una gomita. 

- ¡Toma, abuelito, mi regalo de Reyes! A partir de ahora vas a volar en colores, como los elefantes rosas.

Nunca pensé que le hiciera tanta ilusión. Volaba agarrado a las pequeñas hélices que dejaban una bonita estela tras ellas. Mi primer abuelito lloraba y lloraba y lloraba de emoción. Y no dejó de hacerlo hasta que inundó la casa y las lágrimas rodaron escaleras abajo donde Bedulio, que venía a entregarme una multa, las pisó, resbaló y se dio el batacazo padre. ¡Que buena foto se perdió el mundo porque no había ningún fotográfo a mano! Pero eso no quita lo artístico de la caída. Incluso aplaudí.


No hay comentarios:

Publicar un comentario