lunes, 28 de diciembre de 2020

¡¡¡Pepe!!!

 Unas manos de hielo, moviéndose sigilosamente bajo las mantas de mi cama, se cerraron en torno a mi cintura ¡y apretaron! El grito que salió de mi garganta seca, después de roncar toda la noche, movió los cimientos de la finca y de otras tres más. Después, con la voz rota, supliqué: - Abuelito, no me lleves contigo tan pronto. - ¡Jesús, María y José!

Esa voz me espabiló del todo: - ¡Cotilla! ¿qué hace en mi cuarto? - Una broma. - ¿Qué broma? - Mojarme las manos con agua fría y tocarte después. - Podría darme un colapso. - Pero ¿y lo que nos reiríamos¡ Y no mientes a tu abuelito!

Mientras desayunábamos pan tostado con cola cao, le pregunté sobre mi primer abuelito: - ¿Por qué no puedo nombrarlo? - Porque da mal fario. - ¿Por qué? - Porque sí. 

No me quedó más remedio que preguntárselo a él  en cuanto apareció sobre la lámpara de la cocina. - Siempre he pensado que tu abuela y la Cotilla, adelantaron mi viaje al Más Allá. - ¿Lo puedes demostrar? - Supongo pero ahora tengo otras cosas que hacer... - ¿Por ejemplo? - Lucir mi nuevo sudario. - Pero, bueno ¿es que estrenas cada día?

Dijo que al encargado del Más Allá, un tal Perico, le había caído en gracia y había cedido a su petición de tener un sudario nuevo porque el otro estaba hecho unos zorros. - Ahora tengo cuatro nuevos. - Pues son muy monos. - El que no pide, no mama.

La Cotilla estaba mosca. - Lo de fingir que hablas con alguien te lo podrías ahorrar. No tiene gracia. - El abuelito tiene cuatro sudarios nuev... ¡Oiga! No me deje con la palabra en la boca, jodía. 

Pascualita se asomó al borde del acuario al oir voces pero, como no vio a nadie discutiendo, en lugar de tragarse el agua envenenada, se la tiró a Pepe que, abandonado sobre la mesa de la cocina, la recibió con desagrado y gritó: - ¡¡¡JOPÉ YA, COÑE!!! - Y me quedé de piedra.

 

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