domingo, 17 de enero de 2021

Buscando mafiosos.

 Esta mañana, al abrir la puerta de casa, tuve que echarme a un lado porque un tren de alta velocidad entró a toda pastilla hasta la despensa donde se estrelló entre un ruído de cacharros y estanterías destrozados.

Bedulio estaba en el rellano con un puñado de compañeros. - ¿Por qué has abierto si no habíamos tocado el timbre? - Porque me voy a trabajar... ¿Qué es lo que está en la cocina? ¿Un Ave? 

Pero no. Espatarrados y embadurnados del aceite de las botellas rotas, cazuelas de barro echas trizas, paquetes de arroz, de harina, de sal.., estaban dos municipales vestidos de Robocop, agarrados a un ariete e intentaban levantarse sin éxito. Me encaré a Bedulio. - ¿Queríais romper mi puerta? ¿qué habéis bebido?

Mientras el resto de compañeros ayudaban a sus compañeros estrellados, el Municipal dijo que traían órdenes de entrar por la fuerza para pillar de improviso, al jefe de la Mafia enemiga de la Mafia china. - Debemos registrar de arriba abajo. - Vale pero sin romper nada más... ¡Ah! y ves anotando lo que os va a costar arreglar el desaguisado de la despensa.

Con el jaleo, la Cotilla que dormía en el cuarto que fue de la abuela, salió echando chispas - ¡Es que una persona, a la que han dejado sin trabajo, no puede dormir tranquila. ¡Os voy a poner una denuncia que temblará el Misterio! 

Cogió la botella de chinchón como si fuera suya. - ¡Prohibido trapichear! (gritó, fuera de sí) ¿Cómo voy a comer ahora? - Aquí, como siempre Greta Garbor, que teatrera es usted.

El estruendo del choque en la despensa y las furgonetas con las sirenas en marcha a toda pastilla, sacaron a los vecinos a balcones, ventanas e incluso, a la calle. Menos a mi que llegaba tarde al trabajo y tenía la cabeza a las cuatro de la tarde. Alguien dijo que los cimientos de la finca se habían movido y no me extraña. Hasta el árbol de la calle quitó su ramas del balcón, del susto que se llevó.

 Tuve que poner a Pascualita en el bolsillo de mi anorak. No podía dejarla en casa con tanta gente. Al llegar al trabajo tenía la mano derecha helada. La sirena, que no soporta que la despierten bruscamente,  estaba frenética y no me atreví a meter la mano en el bolsillo.


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