lunes, 25 de enero de 2021

Quiero y no puedo.

 Me voy a poner a plan porque hay ropa que se ha encogido y no quepo en ella. He discutido con la Cotilla porque dice que la ropa no cambia, envejece, se rompe... pero la talla sigue siendo la misma por muchos años que pasen. - Vale, para usted la perra gorda (le he dicho para que se callara) . Cosa que no ha hecho, naturalmente y ha seguido dándome la vara hasta que le he puesto la evidencia delante de los ojos: 

-Vamos a ver: una ropa de marca famosa, como la que se compra la abuela en Chanel o Christian Dior, no cambia, para eso te has gastado en ella una fortuna pero yo la compro en los mercadillos de Pere Garau. Son igual de bonitas o feas que las caras. Igual. Te la pones y te hace el mismo tipito que las de categoría pero, encogen aunque tengan veinte años. 

- No le des la culpa a la ropa. Tu has engordado con el cuento de la Pandemia. Te pasas la vida dando paseos del sofá a la nevera. - Me dijo el médico que tenía que andar, por lo menos, una hora al día... - Debía referirse a caminatas largas. - Eso no lo dijo. Y ante la duda, doy pequeños paseos y luego me entra hambre. Lógico.

La Cotilla se preparó para irse al trapicheo. - Dame esa ropa que ha "encogido" y la venderé. - ¡Ni hablar! me ha costado unos euros y usted no me dará ni uno. - Naturaca. - Además, un día puede volver a tomar su talla antigua... - Sí, hija, sí. ¡Que egoísta eres!

Pascualita seguía nuestra conversación camuflada entre los plátanos del frutero de la cocina. De repente, Pepe cantó OOOOOOOOOOOOOOOOO y yo miré al florescente: Allí estaba mi primer abuelito con el monóculo puesto en plan Gran Duque de las Torres Verdes. - ¡Calla, envidioso! Y tú, (grité señalando el techo) no vuelvas a venir con esa birria de gafa que parecen de quiero y no puedo: o sea, quiero llevar gafas pero no me llega el dinero para dos cristales.

¡Uf! que enfado cogió el hombre. Se lió la túnica a la cabeza y desapareció dejando una nube tóxica en la cocina. Los cuatro que estamos aquí: la Cotilla, Pascualita, Pepe y yo, llevamos una hora tosiendo como descosidos ¡Que genio, puñeta!



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