jueves, 14 de enero de 2021

Digui, digui.

 - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaa! mira a quién me he encontrado en la calle, boba de Coria. - ¡Ay, Dios mío, a ver qué se trajina hoy. Si es que no sé cómo tarda tanto la mafia china en echarle el guante. - No se trata de eso sino de una antigua amiga a la que hacía mucho tiempo que no veía. Pasa, pasa.

De  detrás de la Cotilla apareció una cara, con un pitillo en la boca que hecha más humo que un trasatlántico a toda pastilla. - Holaaaa. Soy Rosío. - Aquí no se puede fumar. - ¿Cómo que no? Mira (aspiró con fuerza el cigarrillo y luego, como un dragón de cuento defendiendo a la princesa, soltó el humo que envolvió en una nube apestosa, cada rincón de la casa.

- Mi amiga es muy peculiar (dijo la Cotilla para calmar mi ánimo) no sabe idiomas pero, cuando la llaman por teléfono en lugar de decir: ¿Aló? ¿Diga? ¿Sí?... Dice digui. - ¿Y eso? - Ah, misterios de su neurona. Y, naturalmente, cuando ésto pasa, quien llama le suelta toda la parrafada en mallorquín que ella, ni sabe ni entiende. Cuando la otra persona deja de hablar ella le dice: no me he enterao de ná. 

A veces le cuelgan el teléfono, otras repiten lo dicho en castellano, y a veces, se enfadan y sueltan alguna palabrota ¿A qué es graciosa? - Pues...

Mientras la Cotilla me contaba éstas cosas, Rosío se acercó al acuario, se quitó el pitillo de la boca, le dio un golpecito con el dedo y la ceniza cayó al agua. Después sumergió la colilla para apagarla y ya que estaba, la tiró allí mismo. Acto seguido encendió otro cigarrillo.

La sangre de mis venas se envenenó y la furia de cuatro caballos al galope quiso salir por mi boca hasta desgañitarme pero cuando le pregunté, con recochineo: - ¿Querrá un cenicero, verdad, señora? (contestó Oui, oui)

- Con que sabe francés. Pues se lo voy a decir en ese idioma, tía zoquete. - Oui, oui

A la Cotilla se le escapó la risa. - No te esfuerces, eso es todo lo que sabe de francés. - A mi no me quedó más remedio que utilizar la lengua de signos, reforzando con el castellano lo que le iba diciendo, para que le quedara muy claro lo que está bien y lo que está mal.

Después de hacernos una demostración de cómo se bebe sin caer redonda al suelo y acabando con la nueva botella de chinchón, la Cotilla y su amiga se despidieron dejando tras ellas, cual cola de cometa, unas nubes, espesas, de humo de tabaco que, ahora mismo, aún tengo agarrado a mi garganta.


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