viernes, 15 de enero de 2021

La Cotilla y sus negocios.

Tuve el tiempo justo para meter a Pascualia en mi escote cuando la Cotilla entró por el pasillo a paso de carga, lanzando su grito habitúal: -¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaa! ¡Mira todo lo que me he encontrado en la calle! Es que la gente es muy desprendida y no pasa pena de tirarlo todo por la ventana. - ¿Ahora que estamos en crisis, Cotilla? Esto me huele a lo de siempre: que, cosa que ve, cosa que se le pega en las manos.

- ¿Insinúas algo? Que te conste que no estaba cerca de ningún comercio sino en mitad de la acera. Y ésta noche me voy a forrar en el trapicheo ¡QUE ME LOS QUITAN DE LAS MANOS, OIGAAAAA! (voceó como si estuviéramos en un zoco) 

- Pero ¿qué ha encontrado? - Me señaló dos cajas grandes que había sacado del ascensor y entrado luego, a empujones, en casa. - ¡Bikinis! ¡Muchos bikinis de todos los colores y modelos! - ¿No se está pasando con el jolgorio? Estamos en enero y hace un frío que pela. Están cerradas las piscinas por el coronavirus. La playa, ahora mismo, es para pasear con anorak... ¿dónde está el negocio?

- Como no te busques un millonario que te haga al bisnieto de tu abuela, con tu falta de olfato para los negociosy siendo una curranta de sueldo corto, no prosperarás en la vida, nena. ¡Ahora es cuando hay que vender los bikinis! La gente está loca por volver a la normalidad y verse con un bikini es soñar que eso está a la vuelta de la esquina.

Llamaron a la puerta. Al abrir, ante mi apareció un grupo de chinos que me hablaban a gritos formando un enorme guirigay. No había manera de entendernos hasta que uno de ellos señaló las cajas y empezaron a tirar de ellas. - ¡Las cajas son mías! (gritó a su vez la Cotilla, plantándose delante de los bultos como Agustina de Aragón ante los cañones).

De los gritos se pasó a los empujones y fui a por la escoba para repartir leña porque la Cotilla será lo que sea, pero es "nuestra" Cotilla y solo nosotras podemos empujarla.

Al final salieron corriendo. Alguno iba descalabrado y varios con unos ojones que se les salían de las órbitas gracias a la buena puntería de la sirena: donde pone el ojo, pone el buchito de agua envenenada.

Más tarde, sentadas con sendos chinchones on the rocks, le comenté a la Cotilla: - ¿Seguro que los bikinis no son del señor Li? - ¡Segurísimo! Ya te he dicho dónde estaban y allí no hay ninguna tienda de chinos...-  

¡Pero si el almacen del señor Li!

 

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