viernes, 8 de enero de 2021

Montañas de nieve.

 La tormenta Filomena se ha cabreado y con razón, porque no ha sido agraciada con el mejor nombre. Tal vez quería uno que le diera realce pero, o se habían agotado o un guasón del servicio Meteorológico le puso el primero que le vino a la mente. 

Menudo genio se gasta la tal Filomena. Ha dejado el País blanco y con un frío que se hielan hasta las ideas.

El árbol de la calle tiene un tembleque que mueve hasta los los nidos y no pueden dormir los gorriones. Al pobre no le sale ni la voz. Tiene carraspera y me temo que empezará a estornudar de un momento a otro. Para evitar males mayores tales como rotura de cristales, le he puesto dos o tres mantas por encima de las ramas más cercanas a casa. Con voz ronca me ha dicho que, cuando suban las temperaturas me cantará Las Mañanitas todos los días...He estado a punto de quitarle las mantas.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaa! Nena, deja que me meta contigo en tu cama, a ver si entro en calor: - ¡Ni harta de chinchón! - Será solo por ésta noche... - ¡Que no! 

- ¡Oye! (gritó una voz desde el comedor) que los pájaros quieren entrar para estar calentitos. Si abro se irá el calor... - Me asomé desde la cocina para ver quién me hablaba. Era la cristalera del balcón. Antes de que pudiera contestarle siguió diciendo: - En el balcón hay un ladrón que venía a robar y se ha quedado tieso intentando abrirme ¡Que iluso! Menuda soy yo. No me abro a cualquiera.

Mi primer abuelito apareció sobre la lámpara del comedor vistiendo un sudario de invierno de Agatha Ruiz de la Prada. - ¡Estás total, abuelito! 

Pascualita y Pepe estan junto a la estufa desde hacía horas. Desde allí ven en la tele, miles de coches  atascados por la nevada espectacular que no cesaba. La sirena hace el signo de ¡lagarto, lagarto! cada vez que un escalofrío le sacude el cuerpecito. 

La noche traerá heladas terribles. Le dije a la cristalera que entraran todos, incluso el ladrón que ya estaba medio pajarito. Lo coloqué junto a la estufa para que fuera descongelándose. - Que no se vaya sin recojer el agua que suelte - dije a la cristalera, dejando en el suelo el cubo y la fregona.


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