sábado, 30 de enero de 2021

Nunca es tarde si la dicha es buena.

 De repente, en casa ha olído a cuerno quemado. No ha hecho falta decirle a la cristalera que abriera porque, asqueada, lo ha hecho de par en par y con brusquedad. - ¡Eh, cuidado! Si se rompe un cristal ¿lo pagarás tú, bonita? - Perdón... (dijo, azorada)

La abuela comentó con Andresito: "Esta peste me es familiar... " - ¿No creerás que yo... ? 

Aproveché que estaban distraídos para echar un chorrito de chinchón en el acuario. La pobre Pascualita, desde que tengo la casa llena de "familiares refugiados" está bastante desatendida porque siempre temo que, o bien el abuelito, Geoooorge o la Cotilla, la descubran si me ven mostrando demasiado interés por las algas que le sirven de tapadera.

Una cosa que me tiene preocupada y es que mi primer abuelito desapareció el mismo día que llegaron los otros. Y lo hecho de menos.

Mientras los abuelitos discutían sobre el olor apestoso, el árbol de la calle lanzó un quejío, profundo, hondo, no exento de gracia, que fue jaleado por el barrio entero con un - ¡¡¡OLEEEE!!! 

Pepe quiso imitarlo pero el pobre con su sempiterno OOOOOOOOOOOOOO va que chuta.

Un viento huracanado batió puertas y ventanas, solo la vidriera mantuvo la entereza. Y una sombra negra se coló en el comedor. La abuela gritó. - ¡TU PADRE! - A lo que Andresito contestó: - Pues sí, es mi padre.

He ahí la causa de la peste. El alma en pena del bisabuelastro apareció más cabreado que un mono . Y mientras Geoooorge, temblando, se tomaba tres copas de chinchón sin respirar, la voz de ultratumba saltó por los muebles y las paredes dirigiéndose a su hijo: - ¡Tu madre cometiendo adulterio y tu aquí, rascándote la barriga! - El ánima, ofendidísimo, echaba sapos y culebras, literalmente, por la boca. ¡Agh, que desagradable!

De pronto y lo comprendí todo. Mi primer abuelito estaba en la Torre del Paseo Marítimo disfrutando del amor de la Momia. Brindamos por ellos. Incluso Andresito. 

Eso fue la gota que desbordó el vaso y la sombra negra escapó subido a la fuerte ráfaga de viento que lo había traído. La abuela corrió al balcón gritándole: "¡¡¡Dónde las dan, las toman, jodío!!!"



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