miércoles, 20 de enero de 2021

Hay, Señor, que cruz tengo.

 Me ha llamado Andresito. - Estoy muy preocupado por tu abuela, nena. Ha empezado a criticar mi forma de vestir cuando siempre ha dicho que soy el hombre más elegante de Palma. - Será por lo de la Pandemia... - ¿Qué tiene que ver la gimnasia con la magnesia? - Pues que, al no salir a la calle, debes estar todo el día en pijama o en chandal y... - ¡Antes muerto que sencillo! Todas las mañanas salgo de mi habitación hecho un dandy. - Ah, entonces tal vez te recrimine que no hagas como todo el mundo. - ¿Crees que debo ir todo el día hecho un pingo, entonces?

Unos días después el abuelito volvió a llamarme. - ¡Vamos de mal en peor, nena! ahora no quiere que me arrime a ella. - Que yo te dijera que fueras de trapillo por tu casa, es una cosa, la otra es que, encima, no te laves y huelas a tigre... - ¡Al final tendré que darle la razón a tu abuela! No eres más tonta porque no te entrenas ¡Por supuesto que me lavo y me perfumo, como he hecho toda mi vida! 

Sentada a la mesa de la cocina comentaba éstas cosas con Pascualita y Pepe: - Como les han cerrado El Funeral, apenas salen a ningún lado; se aburren y buscan pequeñas excusas como tema de discusión hasta convertirlas en un problemón. Es su modo de que los días no se les hagan lan largos.

De repente Pepe soltó su ¡OOOOOOOOOOOO! mientras el ojo-catalejo estaba fijo en las alturas. Miré y allí estaba mi primer abuelito, flotando junto al florescente del techo. 

Por unos segundos noté un deje de envidia cochina en el OOOOOOO del jibarizado y quedé pasmada ¡Podía entonar sentimientos la pequeña cabecita-llavero! 

Me dediqué un rato a tratar de adivinar que podría ser lo que envidiaba. Pascualita no me quitaba ojo. - ¿Qué crees que será? (le pregunté)... - Y como si me entendiera, hizo un círculo son sus dedos palmeados y lo acercó a uno de sus ojos de pez ¡Y entonces me caí del guindo! ¡Envidiaba el monóculo!

- Abuelito, déjaselo... Venga, por favoooooor... Vaaaaaa No te cuesta nadaaaaa... - Harto de oírme, dio unos cuantos vuelos, del comedor a la cocina y viceversa. - Me tienes que enseñar a hacer eso pero, ahora, déjale el monóculo a Pepe... pobrecito...porfi, porfi...

A pesada no me gana nadie y un alma también tiene su ración de aguante hasta que se le acaba. Flotó a un palmo de la mesa de la cocina y puso el monóculo en el ojo cosido del jibarizado que, en seguida soltó un alegre - ¡OOOOOOOOOOOOOOOOO! que duró hasta que el abuelito se cansó de hacer de samaritano. 

Ahora Pepe se lamenta, amargamente, día y noche. ¡Es más pesado que una vaca en brazos!

Lo tiré por la ventana. Minutos después subió Bedulio. - Esta porquería ha caído de tu casa. - ¡No es mío! - Toma, una multa por ensuciar la calle.


No hay comentarios:

Publicar un comentario