lunes, 17 de mayo de 2021

La Cotilla se las pira.

 - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! Mira lo que me acabo de encontrar en la calle: un ordenador portatil. - ¿Nuevo? - Sin estrenar. Viene con su caja y todo. - Se le habrá caído a alguien... - Caído, no. Se hubiese roto, mujer. Estaba apoyado en el tronco de un árbol. - ¡Ya es casualidad que pasara usted por allí, Cotilla. Y ya que hablamos de casualidades ¿no habría cerca una tienda de aparatos electrónicos, verdad? - Pues... no me he fijado.

- ¡Menos mal que el señor Li no tiene una tienda de esas porque, si no, tendríamos a la mafia china llamando a la puerta! - Sí, que tiene una. La inauguraron la semana pasada. - ¡¡¡Cotilla!!!

Unos porrazos en la puerta nos indicaron que, o quien llamaba era alérgico a tocar timbres ajenos o era un trabajador del señor Li que, amablemente, venía a pedir que le devolviéramos el ordenador.

Mientras la Cotilla y yo nos peleábamos por NO abrir, mi primer abuelito me dijo: - ¡Anda, los chinos de hoy en día no llevan coleta! - ¿Son muchos? - O están repetidos... o sí.

Corrí a por Pascualita para usarla como arma de destrucción masiva mientras la Cotilla salía por la ventanita del cuarto de baño y entraba, del mismo modo, en casa del vecino de enfrente.

Mi primer abuelito que estaba encantado con su nuevo sudario de pedrería (cada día se parece más a la abuela en sus vestimentas estrafalarias) cantaba: ¡Se va el caimán, se va el caimán. Se va para Barranquilla, se va el caimán, se va, se vaaaaaaaaa!

- ¡Quien se ha ido es la Cotilla! - A eso me refería, nena. - Y siguió, subido a la lámpara, cantando, ésta vez, Clavelitos,

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