martes, 11 de mayo de 2021

La segunda dosis.

 La abuela dice que no le tiene miedo a nada pero yo sé que a las agujas, sí. Por eso me ha pedido que la acompañe al ambulatorio a ponerse la segunda dosis de la vacuna del covid19 y le he dicho que no porque no quiero estar presente cuando monte un pollo al ver la jeringa enfilando hacia su brazo. Se pone histérica y grita como si la mataran.

Además, insiste en llevarse a Pascualita al ambulatorio y por ahí no paso. ¿A ver qué pinta la sirena allí? La abuela dice que es la única manera de que aprenda lo que hay que hacer en caso de que haya una pandemia en el fondo del mar cuando ella vuelva a su hábitat, que será cuando las ranas críen pelo al paso que va.

Al final me ha convencido ofreciéndose para hacer una paella de marisco el domingo. Reconozco que me vendo fácil pero es que las hace muy buenas.

Al entrar en el ambulatorio parecía la Dolorosa, lanzando suspiros y quejidos a tales decibélios que pasaban sobre las conversaciones de los pacientes. - ¡Esta mujer se muere! (dijo alguien) - ¡Un médico gritó otro! - Y cuando, ya muy puesta en su papel de Dama de las Camelias iba a desmayarse, se le acercó un médico de casi dos metros de alto, ojos verdes y hechiceros y voz aterciopelada y cesaron los aspavientos para dar paso a los ayes admirativos mientras él la llevaba a la sala de vacunación y le ha puesto la vacuna con tal arte que la abuela, babeante y admirada, le aplaudió a rabiar pidiendo para "el maestro" las dos orejas y el rabo.

 Al salir al pasillo escuché a la jeringa decir, orgullosa a sus compañeras: unos pinchan, él hace arte. - Madre mía, como está el patio.

Pascualita, en el termo de los chinos, ni siquiera asomó la cabeza porque si la pinchaban también a ella.

 

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