sábado, 22 de mayo de 2021

Rebajando el estrés.

 Estoy estresada. No sé por qué ni a santo de qué pero tengo que coger las de Villadiego y desaparecer por un tiempo. Iré a mi "agencia de viajes" más económica: el árbol de la calle.

Pensaba llevarme solo a Pascualita pero luego pensé que el pobre Pepe, el jibarizado, también es de la familia. Lo metí en el bolsillo y a Pascualia en el termo de los chinos y entré hasta la copa del árbol. 

Allí esperé, pacientemente, a que alguna hojita se dignara llevarnos. Pero no estaban por la labor. Discutían entre ellas formando un enorme girigay del que acerté a oir: - ¡No quiero llevarla! Durante el Confinamiento se ha puesto fondona y pesa como el plomo. - No dije nada porque no pensé que hablaran de mi pero... ¡allí no había nadie más para ser transportado!

 Pedí al árbol que organizara un sorteo para saber quién me llevaba. - No puedo hacerlo, boba de Coria (¡Que confianzas se toma el puñetero!) Las hojitas son independientes. No nos regimos por los mismos estatutos. Lo siento. - Entonces Pepe soltó su: - OOOOOOOOOOOOOOOOOOO. - Al principio me molestó pero fue mano de santo. Ninguna hojita pudo soportar semejante vocerío y varias de ellas cayeron a mis pies. No me entretuve en elegir. Me subí a la que cayó más cerca de mi pie, cerré los ojos y al abrirlos estaba subida a un caballo, dentro de una lata de sardinas que luego comprendí que era una armadura, con un casco con el que apenas veía nada. Y hacía mucho calor allí dentro.

El caballo se puso al galope. Si eso era un nuevo método para quitar el estres conmigo no funcionaba porque me estaba poniendo ¡histérica!. - ¡¡¡Paraaaaaaaaaaaaaa!!! - gritaba. Mi brazo, armado con una larga vara, se levantó sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. después sentí un gran topetazo, como si hubiese chocado con un tren a toda pastilla y un griterío ensordecedor retumbó en el casco. 

Cuando conseguí quitármelo caímos al suelo Pascualita, Pepe y yo, cada uno por su lado y sudando a chorros. Los cuatro Reyes de la baraja se acercaron sonrientes, con sus armas en la mano. La sirena atacó primero y en un santiamén, dejó a los cuatro sin nariz, como la Esfinge de Egipto. Luego corrimos tras la hojita a la que se llevaba el viento hasta que Pepe soltó su - OOOOOOOOOOO - y el viento amainó. Subimos a la hojita y ... ¡Que alegria pisar mi balcón! ... Ahora, sentados en la salita, nos quitamos el estrés con chinchón on the rocks.

 

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