martes, 19 de octubre de 2021

Cambio de táctica.

Parece que la abuela ha cambiado de táctica y, ahora, en lugar de mandarme a la conquista de candidatos a futuro padre de su bisnieto, me los manda a casa en plan obreros. Hoy ha venido uno diciendo - Hola, soy el pintor que le manda su abuela para que le pinte la casa. 

Se me iluminó la cara pero, inmediatamente, se me oscureció: - ¿Quién tiene que pagarle por su trabajo? - Su abuela, por supuesto. - ¿Lo ha firmando delante de un notario? - Por toda respuesta entró cargado con todos los pertrechos de su oficio, escalera incluída. Y yo corrí al teléfono. La misma abuela me confirmó lo que me había dicho el hombre. - "Se amable con él. Invítale a una cervecita, a jamón serrano, al berberechos, a... " - ¡Para! Solo tengo magdalenas que trajo la Cotilla anteayer del contenedor del Súper. - "Así nunca llegaremos a nada" (dijo y colgó)

Lleva todo el día pintando sin dejar de cantar, de charlar, de lanzarme piropos, incluso cuando he ido a tender las sábanas me ha dicho que así no se hace. Se ha bajado de la escalera y, en lugar de ponerlas en un solo alambre, las ha abierto y colgado entre dos alambres. - Así las cuelga siempre mi madre.

- Huuuuuy (dije) - ¿Te duele algo, morena? - La mano. - Trae que te la curo: Sana, sana, culito de rana, si no sana hoy, sanará mañana (y se lió a darme besitos desde la punta de los dedos hasta que... ¡¡¡PLAF!!!) - Ay, que a gusto me he quedado. Ya no me duele nada.

Sin decir ni pío, el pintor agarró sus avíos y salió por la puerta mientras yo le preguntaba, inocentemente; - Para quitar las babas ¿uso jabón lagarto?

Media hora después llamó la abuela y tuve que apartar el teléfono de la oreja porque sus gritos los escucharon hasta los pasajeros de un trasatlántico que aún no había entrado en la bahía de Palma.

Al atardecer, Pascualita levantó sus bracitos al verme. La cogí porque una cosa así no ocurre todos los días. Nos sentamos en el balcón a ver como el sol desaparecía tras las fincas de la calle. Compartimos unas copitas de chinchón y, llevada por la buena sintonía del momento le pregunté: - ¿Me darás unos panallets de tu rosario dulce? 

Menos mal que tengo buenos reflejos y la tiré, desde una buena distancia, al acuario en el que entró un poco a trompicones. Allá ella. Yo me libré de su mordisco.

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