domingo, 17 de octubre de 2021

La Bella y la Bestia.

 Al fin se le agotó el fuelle a la sirena. Se quedó ronca y está más furiosa que nunca. En vez de echarle la comida en el agua, ahora se la tiro de lejos procurando acertar en el acuario pero no siempre lo logro. Ahora hay comida de tortugas marinas por el aparador , el suelo, la mesa de la Cena y los comensales, con cara de circunstancias me miran a través del pienso que les cubre hasta las pestañas.

Pero no hay quien se arrime. Pascualita está al acecho y salta como un resorte con la boca abierta al máximo dejando ver sus terribles dientes que, aunque pequeños, hacen mucho daño.

Hay un silencio extraño en casa y todo por culpa de la medio sirena. Está mal sufrida porque tiene casi tantos años como la Tierra, un montón de ellos, sola y eso debe llegar a aburrir pero, bueno, es problema suyo. Yo he decidido poner un poco de alegría en casa y me he ido a la calle.

He regresado con una hermosa orquídea que, con sus flores perfectas, nos ha levantado el ánimo a todos. 

La cristalera del balcón se ha abierto para dejar entrar al sol que no quería perderse el espectáculo. Ha iluminado a la planta y ella, agradecida, le ha regalado su mejor sonrisa. Las hojitas del árbol de la calle se han asomado entre curiosas e incrédulas. - Es verdad lo que dicen ¡Es bellísimaaaaa!

Las flores de un blanco inmaculado se llenaron de rubor ante los piropos. Y uno tras otro, los personajes de casa se extasiaron contemplándolas. Hasta el abuelito apareció sobre la lámpara del comedor. Tímidamente, como un colegial, alargó la mano para tocar la planta pero un severo: - ¡¡¡QUIETO, PARAO, ROBERT REDFORD!!! la hizo retroceder.

La lámpara no estaba para experimentos amorosos y encima con una planta... Si fuera con otra lámpara prodría competir...  pero una planta ¿dónde se ha visto eso? ¡NO, HIJO, NO!!!

De repente algo salto a la maceta y antes de acercarme a ver qué era ya lo sabía: Pascualita. Pensando que se la iba a comer fui a por la escoba pero la sirena, impresionada tal vez por la belleza de las flores, se instaló sobre la tierra de la maceta y se la hizo suya. Era un cuadro digno de ver: la Bella y la Bestia.

 

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