jueves, 21 de octubre de 2021

Tan cerca y tan lejos.

La abuela no quiere hablarme pero yo sí que quiero hablar con ella. Marqué su teléfono y se puso, como no, el mayordomo inglés. - ¿Tu llamar por buñuelos de madame? - Si, GeorrrrrgBrexit. - Madame decir que no estar y que mi traer buñuelos a tu hause luego. - ¡Que no me entere yo que te has comido alguno! - Tu ser boba de Coria, seguro.

Media hora más tarde el rolls royce de los abuelitos aparcó en la parada del bus como ya es tradición. Los ingleses son tan dados a las tradiciones que, si no  las hay, las inventan. Los Municipales ya no entregan las multas a Geoooorge sino que las reunen todas y se las mandan a los abuelitos en Navidad a la Torre del Paseo Marítimo y ellos, como son riquísimos, las pagan todas juntas y añaden un aguinaldo para los guardias. 

Así se crean las tradiciones, o ésta por o menos. 

Mientras Geoooorge trajinaba en la cocina yo conté los buñuelos. La abuela siempre me manda dos docenas y esta vez también y me evité un berrinche.

El mayordomo colocó bandejas, platitos, la jícara con el chocolate, las copitas para el Moscatel y otras un poco mayores para el chinchón. La Cotilla vino a paso de carga pasillo adelante. - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaa! ¡No empecéis sin mi! - Me rio yo de las Narices  de los grandes perfumistas. Se ve que no la conocen porque se la rifarían ¡Menudo olfato tiene usted para lo que quiere!

Cualquiera que hubiese entrado en el comedor hubiese jurado que solo éramos tres comensales: la Cotilla, Geooooorge y yo, lo cierto es que éramos cuatro porque Pascualita, aunque escondida en el bolsillo de mi falda, no perdía calada, ni de la comida ni de la bebienda.

Que rico estuvo todo. Que apañao es el inglés. Que majo, que planta tiene y que manos para la cocina... De repente lo vi con un bebé en brazos, el plumero en el bolsillo del delantal, dándo el biberón, delante de una olla humeante que despedía un aroma exquisisto... Era el padre perfecto para el bisnieto de mi abuela. Y después de tanto tiempo ¡yo acababa de caerme de un guindo!

Me acerqué glamurosa, mimosa, moviéndome como una cobra real hipnotizando a su víctima, mientras él fregaba los platos y dejaba la cocina como los chorros del oro. Con voz de Marilìn Monroe, dije: ¿quières ser el padre de... ?

Algo se debió oler porque, sin darme tiempo a acabar la frase, salió por pies y hubiese seguido corriendo hasta Inglaterra si no hubiese mar por medio. ¡Que jodío el inglés!

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