sábado, 16 de octubre de 2021

Pascualita ¡otra vez en celo!

 De repente, en la tranquilidad de la mañana un estridente sonido vino a perturbarla. Aporreé la puerta del cuarto de la Cotilla: - ¡Deje de tocar el pito, coñe, que me está poniendo de los nervios! 

La puerta se abrió con furia y una legañosa y desgreñada anciana, me gritó a la cara: - ¡Deja de beber chinchón tan temprano, jodía, que a éstas horas, las personas normales dormimos! ¿Qué hablas de pito? (evidentemente, la Cotilla no tocaba el pito, que seguía sonando a todo meter. Ni lo oía).

Aquello me dio que pensar. En el comedor los asistentes a la Cena se tapaban las orejas con las manos. El ventanal del balcón estaba abierto de par en par mientras sostenía una fuerte discusión con el cristal de la parte de afuera y el árbol de la calle: - ¡Que te cierres de una vez que ésto no hay quien lo aguante! - Claro, y se queda el pitido dentro de casa. - ¡No se puede aguantar. Canto y no me escucho! (se quejaba el árbol)

Cuando los gorriones empezaron a emigrar cerré de golpe la cristalera ante las protestas del cristal de dentro. 

Para acabar de redondear la orquesta, Pepe el jibarizado soltó su OOOOOOOOOOOOOO, pero hizo algo útil. Enfocar su ojo catalejo para, finalmente, dejarlo fijo en un punto: el acuario de Pascualita.

Desde lo alto de la lámpara del comedor, mi primer abuelito se despedía de mi agitando la mano: - ¡No te vayas! Tradúceme lo que le pasa a la sirena. - Pero no parecía estar por la labor y dio media vuelta en redondo haciendo revolotear los volantes verde manzana ribeteados de rosa fosfi (se va pareciendo a la abuela en lo estrafalario) .- ¡Que soy tu nieta! (mi voz se alzo sobre el pitido y surtió efecto)

El abuelito, aguantándose las ganas de volar a la tranquilidad del Más Allá, dijo: - Pascualita clama por un sireno... o varios. Ha entrado en celo y viendo que seguirá quedándose para vestir santos, como viene haciendo desde que se zampó el último que quedaba, varios milenios atrás está furiosa y lanza su llamada urbi et orbe, escondida en el barco hundido porque tiene la moral por los suelos. 

De repente, la sirena saltó hasta la lámpara del comedor y la emprendió a dentelladas contra el abuelito. Todos gritamos horrorizados. ¡Me quedaría sin abuelito! Pero no pasó nada porque un alma no puede morderse. - ¿Que ha pasado? (le pregunté cuando se me pasó el susto) - No le ha gustado que le diga: ¿Te lo comiste? Pues ajo y agua, jodía...

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