miércoles, 6 de octubre de 2021

La coca.

 Pascualita y yo hemos desayunado el trozo de coca que sobró de mi cumpleaños. La hice, aunque no puedo presumir de que me saliera bien. Hice lo que pude, sobre todo en vista a que llegue por fin el futuro padre del bisnieto de la abuela. Se que algunas mujeres presumen de  conquistar a sus marido por el estómago.

Siempre creí que se referían a que los pobres padecían úlcera crónica y ellas los curaban con antiguas y misteriosas recetas que pasaban, de generación en generación, a las mujeres de esas familias.

Me metí en la cocina, encendí el horno y en un bol junté los ingredientes que creía recordar de cuando la abuela era proletaria, no había conocido a Andresito y me hacía cocas riquísimas. El resultado no fue el esperado y encima, no entendía por qué no había subido la coca.

No resolví el misterio hasta que abrí el armario de la cocina y un trino melodioso y cabreado, salido de la garganta de un canario dorado, muy enfadado, me dio la clave: - ¡Menuda repostera me ha tocado en suerte! ¡Que soy el canario!

Todos probaron la coca. Los más divertidos fueron los comensales de la Cena y Pepe el jivarizado: unos de yeso y el otro sin nada en la cabeza, literalmente. Eran dignos de ver haciendo lo imposible para llevarse un trozo a las bocas. Cuando los gorriones del árbol de la calle pudieron dejar de reir dieron buena cuenta de las migas que llenaban el suelo y los muebles del comedor. 

La lámpara fue la única que no intentó comer porque está guardando la línea, dijo, mientras suspiraba mirando a mi primer abuelito al que se le notaba en la cara que había comido cocas mejores antes de irse al Más Allá.

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario