viernes, 17 de diciembre de 2021

No ganamos para sustos.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaaa! - ¡Cotilla! ¿Ya no la persigue la mafia china? - ¡Calla, ni los nombres! Esta gente me ha cogido manía... - Por algo será. - Cualquiera sabe, Son muy raros. - Y se enfadan cuando les roban ¿verdad? - Sí, se enfadan mucho pero... ¡Me estás confundiendo, boba de Coria!

La bolsa de la Cotilla estaba muy abultada. Es un pozo sin fondo. El día menos pensado saldrá de ella un elefante africano en plenitud de facultades. - ¿Qué lleva ahí? - Hoy tocaba ir a "limpiar" los cepillos de las iglesias y he cogido todos los cabos de velas que he encontrado tirados por ahí... - Cotillaaaaaaaaaaaaa... - ¿Qué pasa? Nunca me crees. Menudo favor estoy haciendo a los curas quitándoles trabajo de enmedio. - Acabará en los altares.

Llamaron a la puerta y la Cotilla se encogió. - ¡No abras! (me susurró) - ¿Serán los curas? (susurré a mi vez) - Me voy a mi cuarto (seguimos susurrando) - ¿Y si es la mafia china? - ¡Con más razón me quito de enmedio!

Unos golpes enérgicos sonaron en la cristalera del balcón. Era el árbol de la calle que, en jarras e iluminado como un San Pancracio por las luces de Navidad, se mostraba en todo su poderío y con cara de pocos amigos. Dijo: - Hablo en nombre de todos. Está prohibido susurrar porque los demás no nos enteramos de nada ¡jopé! - Perdón...

De nuevo sonó el timbre de la puerta. Era la abuela. - ¿Y la llave? - "Ni tiempo me ha dado de cogerla cuando me he enterado de que te pusiste el vestido fetiche de mi juventud" - Ojiplática quedé. ¿Tenía un espía en casa y yo sin enterarme?

Llamaron de nuevo. Era el señor Li y ésta vez no pude cerrarle la puerta en las narices porque puso el pie mientras la puerta, siguiendo mis órdenes, se estrelló contra él y se lo espachurró. El terrible grito chino salió desde las cavidades más profundas de sus pulmones con tal potencia que se estrelló contra el techo del edificio después de subir, a toda pastilla por el hueco de la escalera, nueve pisos.

Lo último que vio el señor Li antes de desmayarse fue a Pascualita que saltaba a los brazos de la abuela en un gesto cariñosísimo que removió mis reservas de envidia cochina. 

Sus útimas palabras fueron: ¡Sel... gam... ba gol... da! Yo... quelel...

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