lunes, 13 de diciembre de 2021

Ultimos deseos.

 El frío de la muerte se instaló en mi pecho dejándome helada y mojada a partes iguales. Me levanté estando segura de verme cara a cara, con mi primer abuelito pero, menudo chasco el mío. Quien estaba en mi cuarto, contemplandome curiosa mientras dormía, era la abuela. - ¿Te has muerto? (le pregunté y me dio un sopapo con la mano abierta digno de Mohamed Ali) 

- "¿Te parece bonito preguntarme eso? ¡Eres una descerebrada, boba de Coria!" - Pobre abuela, pensé. No quiere darse por enterada de su nueva condición de ocsisa (como decían en las telenovelas sudamericanas. 

De repente noté que el calorcito volvía a mi. ¿Era un milagro? Miré abajo. Pascualia se había estrellado contra el suelo del cuarto cuando me levanté de la cama. El batacazo debió ser de campeonato. Solo entonces comprendí que no me había muerto sino que la abuela me había despertado con la medio sardina empapada, recién salida del acuario.

Me asomé a la ventana y no vi el árbol de la calle. - ¿Lo ha... talado...? (la voz apenas salía de mi garganta, emocionada y triste como estaba) ¿Por qué no me ha avisado nadie? ¡BUAAA... BUUUUUAAAAAA... !!!

Todo se aclaró cuando una de las ramas golpeó los cristales de la ventana de la cocina para enterarse de lo que pasaba en casa. - ¡Cotilla! (no pude evitar gritarselo) - Y, por absurdo que parezca, la vecina hizo acto de presencia en ese momento.

- En ésta jarra hay chinchón on the rock... ¿cuántos se apuntan a vaciarla? - Fuimos unos cuantos, aunque algun@s ya llevaban copas adelantadas, como la abuela: - "Es que ésto es un no parar desde que hay pandemia. La gente, al morirse, tiene que estar segura de  que todo se hará como han querido. Y todos los testamentos anuncian botellón hasta las tantas de la noche y, claro, hay que cumplir. Ya llevo días empalmando una borrachera con otra. ¡Y que no decaiga la fiesta! Como ha dicho una de las víudas.


 

 

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