martes, 28 de diciembre de 2021

Una alegría para el cuerpo.

 Estuve llorando tres días seguidos, los mismos que no me pude sentar. Las lágrimas fluían a mis ojos y se desparramaban por el suelo buscando, como un buen río que se precie, el camino al mar.

Cuando las lágrimas alcanzaron la altura de la mesa del comedor la cristalera se abrió de par en par y se formó una cascada que anegó todo lo que encontró a su paso. Avanzó hacia el Mercado de Pere Garau y los payeses tuvieron que salvar, a duras penas, su mercancia.

La riada siguió calle abajo, sin prestar atención a los semáforos que, locos de miedo, lanzaban SOS encendiendo y apagando sus clásicos colores.

Como no paraba de llorar el caudal fue extendiéndose y al llegar al mar entró, triunfal, en él. Para entonces Bedulio ya había venido a casa usando una lancha con motor fuera borda. Entró por el balcón y con buenas palabras para que no me soliviantara más, me pidió que dejara de llorar. - ¡Es que es muy fuerte lo que me ha pasado¡¡¡BUAAAAAAAAAAAA!!! - El Municipal lo intentó pero no lo consiguió.

El árbol de la calle se quejaba amargamente: - ¡Esta loca me va a ahogar! ¡Cierra el grifo de una vez! - Los niños y niñas, ajenos al frescor de diciembre, convirtieron la calle en una enorme piscina. Pero fue contraproducente porque, cuanto más disfrutaban ellos más lloraba yo acordándome de lo que había disfrutado llevando la añorada pluma de cisne.

Al día siguiente el mar ya no podía tragar más agua dulce. - ¡Me va a cambiar el PH! ¡Que se calle de una vez esa tía! - Y recurrió a mi primer abuelito: - ¡Trata de convencerla, por Dios, trata de convencela!

El tercer día Pascualita aprendió a reirse de mi. Una mueca terrible en su cara, una especie de carcajada abisal y haciendo con sus deditos palmeados la señal de OK cada vez que me miraba me convencieron de ello. además, estaba en su salsa porque las lágrimas son dulces.

De repente me llegó el sonido de una radio, amortiguado por el agua que la cubría. Por una vez en tres días presté atención. Hablaba el Alcalde:  - ... y esta calle será peatonal. Habrá jardines, terrazas de bar, tiendas, bancos para sentarse... No habrá tráfico ni... - ¿Parada de autobús? (pregunté) - No. Parará en otra calle. - ¡JUPIIIIIIIIIIIIIII!

El río de mis ojos paró de repente. Se acabó la cascada espectacular y el mar pudo tragarse el agua dulce que quedaba. Salí al balcón con una sonrisa de oreja a oreja y grité: ¡¿Dónde aparcarás ahora el rolls royce, abuela?! ¿Dónde? ¿DONDE? ¡¡¡¿DONDEEEEEEE?!!!

No hay comentarios:

Publicar un comentario