sábado, 11 de diciembre de 2021

Operación: hechar a la Cotilla de casa.

 La Cotilla se ha encerrado a cal y canto en casa como si yo tuviera la culpa de algo y me castigaran a aguantarla. Esto será un tormento para los de casa porque a los ojos de esta mujer no se les escapa nada. 

Después de dejarme los sesos a medio freir de tanto pensar, conseguí que tres palabras claves quedaran fijadas en mi cerebro: Mi primer abuelito.

Visto así no parece nada pero ¿quién sabe? 

Como por arte de biribirloque, apareció envuelto en un maravilloso sudario de grana y oro simulando un capote. - ¿Hay corridas de toros en el Más Allá, abuelito? - No, pero Balenciaga se ha empeñado en hacerme ésta obra de arte y como tengo una percha que no se puede aguantar, me lo he puesto. - ¡Estás guapísimo! - Lo sé, nena. 

Aproveché que estaba hinchado como un pavo en tiempo de calenturas erótico-festivas y solté como el que no quiere la cosa: - Ves a lucirlo del brazo de la Cotilla hasta el infinito y más allá. 

Mi primer abuelito, a pesar de que lleva la tira de años criando malvas y luciendo sudarios, no es tonto y despareció atravesando el espejo del aparador. - ¿Con quién hablabas, boba de Coria? (la Cotilla asomó la jeta por la puerta de su cuarto) - Con el abuelito. - ¿Ha venido Andresito? - No... el otro... - ¿Qué otro? ¿Acaso tu abuela lo despachado... ¿El... primero...? 

Se me escapó una siniestra sonrisa y un fino rayito de sol con alma de artista creó dos reflejos: uno en mis dientes y otro en el espejo por donde había partido del abuelito.

Blanca como una pared recién encalada, la Cotilla se tambaleó, asustada pero aún faltaba lo mejor. Pascualita se subió al borde del acuario y colocó las bragas que guarda, hacia afuera para que se secaran pero, al ver a la Cotilla, cuya presencia coarta su libertad de movimientos, se las tiró a la cara chorreando como estaban.

Fue mano de santo porque, aterrada, escapó escaleras abajo sin acordarse de que los chinos tiene los ojos oblícuos... 

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