Un vozarrón desconocido me dijo: - ¡Arriba, señorita, que no son horas de languidecer en la cama! - El corazón me dio un vuelco. Alguien se había metido en mi cama y yo sin enterarme. Refrené el impulso de correr a contarselo a la abuela al mirar el reloj: ¡las cuatro y media de la madrugada! A esa hora mis abuelitos están en pleno sarao en El Funeral.
A pesar de ser consciente de que aún no habían colocado las calles, hice caso a la voz y me levanté. Enseguida noté una sensación de poderío. Lo achaqué a haber estado llorando tanto tiempo. Ahora me encontraba despejada de mente y cuerpo. - ¡Vamos, vamos (continuó el vozarrón) se acerca el Año Nuevo y todo tiene que estar en su sitio y como una patena!
Estaba contenta y activa como nunca pero... aún no conocía a quién me animaba a pesar de haber mirado hasta debajo de la cama. Volando alrededor de la lámpara del techo de mi cuarto estaba mi primer abuelito y los gritos celosos de la lámpara del comedor no se hicieron esperar.
El abuelito señaló, con un índice laaaargo, estilizado con una uña digna de una emperatriz china, a una bola del mundo que guardo de mis tiempos de colegio. Yo no entendía ... - ¡¡¡SOY EL MUNDO, NENA Y TIENES QUE DARME UN BUEN ZAFARRANCHO. ANDANDO!!!
El Mundo me pedía que lo limpiara de tanta podredumbre, mezquindad, gilipuertez supìna, mala baba, racismo e incultura. - No se si tendré lejía para tantas cosas (le dije)
Al coger la escoba y el recogedor me sentí importante. Normalmente somos los seres humanos quienes ponemos el mundo patas arriba. Esta vez era él quién me pedía que lo hiciera.
Un rayo de sol entró a través de las persianas entornadas y apuntando bien a mis ojos, me despertó
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