jueves, 9 de diciembre de 2021

Se armó el Belém.

 En vista de que el vendaval no afloja e insiste en arrasar mi casa conmigo dentro, he optado por largarme a dar una vuelta y no hacerle ni caso al viento. No hay mayor desprecio que no hacer aprecio, dice el refrán.

Con la órden expresa de no abrir ni un resquicio para evitar que se cuele Don Eolo y otras hierbas, la cristalera se blindó, por dentro y por fuera, para librar una gran batalla contra un terrible enemigo y dar en sacrificio sus cristales, si fuera preciso, por el bien de mi casa.

Salí a la calle con mis dos paladines: Pascualita y Pepe el jibarizado. Caminamos hacia el centro de la ciudad sin ningún contratiempo y llegamos al Ayuntamiento para ver el hermoso Belém que se monta cada año en el zaguán. He podido subirme en el poyete preparado para los críos y al que me da vergüenza subirme cuando hay gente delante ¡pero no había nadie!´

Desde la altura del poyete, Palma, convertida en una Medina isleña en el belém, está preciosa y he reconocido las casas y lugares representados. Delante de mi estaba el lago del Huerto del Rey convertido en mar, donde nadaban patitos, un lugareño pescaba mientras una barca de vela latina se deslizaba suavemente y una chica esperaba su arribada.

Estaba tan pendiente de verlo todo, incluso al fraile camuflado que anda por ahí, que no me di cuenta que Pascualita había pasado a formar parte del belém hasta que Pepe lanzó su OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO, entre preocupado y ansioso por juntarse con ella.

Tenía que recuperar a la sirena sin llamar la atención de los municipales que estaban de guardia en el mismo zaguán. El puñetero bicho cada vez se metía más adentro y tuve que encaramarme y estirar un brazo pero no llegaba, Puse un rodilla en aquel paisaje tan precioso, después la otra... no llegaba. Pascualita empezó a ahogarse porque el agua no era de mar. Tuve que mojarme las rodilla y así, cogiéndola de los pelos-alga, tiré de ella y acabó en mi escote.  

Detrás de mi resoban los pasos apresurados de varias personas: - ¡Oiga! ¿Qué hace esa mujer? ¡Señora, bájese de ahí! - La sirena estaba tan fría que estornudé y un pequeño tsunami se formó en la superficie del laguito. 

Salté al suelo, saqué a Pascualita del escote y la lancé sobre el municipal que iba a echarme el guante. Un torbellino moribundo pero efectivo, dejó su cabeza monda y lironda. De un fuerte tirón arranqué a la sirena, que daba sus últimas señales de vida, mientras corría para salír del Ayuntamiento. 

Los municipales atendían a su compañero que era un paño de lágrimas, yo seguía corriendo y el OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO de Pepe, angustiado por su amiga, me servía de melodía de fondo.

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