martes, 10 de enero de 2023

Papa emérito.

 No paran de hablar; llevaban tanto tiempo callados que ahora se desquitan. En casa hay un auténtico guirigay.  Me he preparado una tortilla de aspirinas porque tenía la cabeza como un bombo y apenas me ha hecho efecto,

Por un momento pensé que mi vida iba a ser siempre así hasta que ocurrió lo inesperado: de entre todas las voces conocidas destacó una jamás escuchada en casa; era la clásica voz de pito que come la moral de su propietario si, además, éste es de baja estatura por mucho que se estire al andar vestido de Presidente (aunque sea de su Comunidad de Vecinos) Y no sé por qué, me vino a la mente Pepe el jibarizado.

Corrí a la cocina. La cabeza-llavero estaba, como casi siempre, en su repisa pero sin parar de hablar: - ¡Pepito! ¿Cómo es posible que hables si no tienes, ni cuerdas vocales ni perrito que te ladre? ¿Te han puesto pilas? - Pues ya ves... - ¿Podrías cambiar de tono? Este es desagradable. 

Pero no se atrevió por si se rompía la magia.

La voz de pito se metía hasta en las últimas arrugas del cerebro. Ni los comensales de la Santa Cena la aguantaban. - ¡Calla ya, jodío! ¡Con lo guapo que estabas mudo!... - Esto fue el principio de una revolución que amenazó con tirar al pobre Pepe por el balcón para lo cuál, muy amablemente, la cristalera permanecía abierta de par en par.

Mi primer abuelito llegó del Más Allá para poner paz. - La culpa no es de Pepe sino del Papa (que no es lo mismo) emérito. Quiere ser santo y si no hay milagro no hay santidad. Con las prisas se hizo un lío de padre y muy señor suyo. Cogió al pobre Pepe (que pasaba por allí) tomándolo por dignatario y le puso la voz de alguien bajito y cabreado.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaa!... Nena, ¿de dónde sale esa voz?... Me recuerda a alguien... - ¿Qué voz, Cotilla? (disimulé) - Fui a la cocina a pedirle a Pepe que bajara el tono

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