El árbol de la calle está quejoso conmigo porque dice que, ya que lo he lisiado, podía haber puesto más de mi parte y dejarlo, realmente, baldado y así la Seguridad Social de Parques y Jardines, le concedería una subvención de por vida.
Hay seres que nunca están contentos. Aunque debo darle la razón en cuanto a que le hubiese gustado más un buen y clásico manguerazo que la modernez de la espuma- - He visto las fotos del periódico y parezco un Papa Noel y encima, la espuma me hace parecer gordo. - ¡Pero si lo eres! - Se enfadó tanto que cantó las Mañanitas, durante horas y a pleno pulmón. Esto no hay quien lo aguante.
Pascualita sigue impresionada por el incendio y cuando menos me lo espero, sale al balcón, salta a la rama quemada y se está un buen rato. No conocía esta faceta misericordiosa de la sirena. Al pensar en ello se me saltan unas lagrimitas que, a su vez, dan brillo a mis ojos... No hay mal que por bien no venga.
Cuando vuelve a casa la meto bajo el grifo para quitarle el hollín que la vuelve negra. Después salta a su pila de lavar del comedor y duerme unas siestas gloriosas pero, no quiere comer.
Lo he comentado con mi primer abuelito: - ¡Claro! Está llena porque ha descubierto que los bichitos asados están buenísimos. ¡Y el árbol tiene parásitos a punta pala!
Ya me parecía a mi que tanta bondad olía a chamusquina.
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