martes, 4 de julio de 2023

Su gozo en un pozo.

 Nadie es más tonto que el árbol de la calle. No se quita la Medalla de la Ciudad ni para dormir. Y se jacta de ello dando envidia a todos los personajes de mi casa, primer abuelito incluído.

Dice, por ejemplo: - ¡Me sé de uno que se trae mucho ringorrango con los modelitos estrambóticos de sus amigos modistos que no dejan de ser sudarios de M.U.E.R.T.O! En cambio yo tengo una M.E.D.A.L.L.A que me ha dado el Alcalde.

Nunca había visto a mi primer abuelito tan deprimido y eso nos apenó a todos. 

Pascualita fue la primera en atacar. Ayudándose de su hermosa cola de sardina, se catapultó al interior de la bocaza de madera y, en un santiamén, la convirtió en astillas. Y como no se le entendía, el árbol se calló. 

Las bolas de polvo saltaron, una tras otra, a su interior y se pasó la tarde tosiendo y estornudando. Los comensales de la Santa Cena apostaban cualquier cosa (migas de pan de dos mil años de antigüedad, por ejemplo) sobre cuántos estornudos seguidos hacía. O si las toses serían de tenor o de tiple. Estuvimos muy entretenidos.

Había caído ya la tarde cuando el Alcalde volvió a colocarse bajo el árbol de la calle. Esta vez con el ceño fruncido. Alargó una mano y dijo, enérgico: - ¡LA MEDALLA DE LA CIUDAD!

Los vecinos arremolinados en aceras y balcones, dijeron: - ¡OOOOOOOH! ¡¿POR QUÉ?!

- No se la merece. Lleva días sin soltar lágrimas ni mocos, lo que aumenta la sequía y encima presume como un pavo real.- ¡¡¡NO SE LA MERECE!!! (gritaron los vecinos) - Un empleado de Parques y Jardines fue el encargado de recuperar la Medalla de la Ciudad. 

Poco después la calle quedó vacía.


 

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