domingo, 9 de julio de 2023

La Ola de Calor.

 Llamaron a la puerta y al abrir, encontré a un raro especímen pero, eso sí, simpatiquísima. - ¡Hola, soy la Ola de Calor! - ¡Vaya! Tanto gusto, señora. - Nunca he visto una casa por dentro ¿podría enseñarme la suya? - Casi prefiero contarle cómo es porque, de repente, ha subido mucho la temperatura y temo que se incendie.

- ¡No llegará la sangre al río, exagerada! Haga lo que quiera aunque, si no es mucha molestia, me vendría bien un vasito de agua fresca. Sobre todo que sea fresca porque, aunque no se lo crea, nunca la he probado.

Solícita fui a por el agua pero la nevera se negó a abrirse. - No puedo dejar que nadie que esté bajo mi jurisdicción, se achicharre... - De fondo oía a la botella de agua gritar: - ¡No quiero hervir!

Pascualita se asomó al borde de la pila de lavar y levantó sus bracitos saludando a la recién llegada. A mi me chocó aquello aunque no es raro que llevando tantísimos años zascandileando por ahí, es normal que haya hecho amistades de todos los pelajes.

Me supo mal que la Ola de Calor no pudiese refrescarse con un vasito de agua, como tampoco pudo asomarse al balcón a ver los nidos de gorriones que habitan el árbol de la calle. La Cristalera, cerrada a cal y canto, lo impidió.

Finalmente la Ola de Calor se marchó apesadumbrada por no poder hacer realidad alguno de sus sueños: - Lo siento (le dije) - Ya estoy acostumbrada... ¿me regalas un abanico? 

Se lo di pero no pudo usarlo porque ardió como una falla valenciana. - Siempre igual (dijo, quejosa, antes de seguir su camino) 

No hay comentarios:

Publicar un comentario