La Cristalera daba portazos como si no hubiera un mañana y claro, me ha despertado en plena madrugada. ¿A santo de qué? Esto ha sido lo que iba a preguntarle, bastante furiosa, cuando de camino al balcón, a oscuras y con las legañas pegadas, he estampado el dedo meñique del pie izquierdo contra un taquillón de la abuela, que no quiso llevarse a la torre del Paseo Marítimo cuando se casó con Andresito.
- No me hace falta (le dije entonces) - "Pues anda que a mi" (contestó)Y aquí sigue. Estorbando.
- ¡Te vas a la basura! ¡Solo sirves para romper meñiques, jodío! - ¡Harta estoy de tus amenazas! ¡Házlo si eres mujer! - Se me encaró la birria de mueble.
Inmediatamente el comensal de las monedas de la Santa Cena se asomó al marco del cuadro donde viven y gritó: ¡Pelea, peleaaaaaaa! ¿Apostamos?
También quiso apostar Pepe el jibarizado pero lo rechazaron porque - ¡No tienes ni dientes para jugártelos!
Fue Pascualita la que nos sorprendió cuando, ayudándose de su hermosa cola de sardina, saltó a la mesa del comedor con unas cuantas algas en sus manitas palmeadas, para apostarlas. - ¿Te interesa esa birria de taquillón? jajajajaja ¡Pero si no cabe en la pila de lavar, media sardina!
La voz en off de mi primer abuelito me sobresaltó diciendo: El taquillón vale más por lo que guarda que por el mueble que es... Ahí lo dejo.
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