viernes, 18 de agosto de 2023

Estoy que no me tengo.

 El árbol de la calle ha pedido a una de sus ramas que golpee en la cristalera del balcón para que yo salga. - ¿Qué pasa? - Este calor puede conmigo, nena. Saca de nuevo el surtidor del otro día que fue mano de santo. - Ya no está en casa... (dije bajando la cabeza) - ¡¿Te lo han robado?! Mis raíces lo sentirán porque aquel agua que salía por los caños, fue mano de santo. ¿Denunciaste el robo? - No... - Pero ¿por qué? Llama a Bedulio el Municipal y verás que rápido da con el caco. - No me gusta acusar a gente que conozco... - 

El árbol se puso a enumerar a los vecinos de la calle. A cada nombre yo decía: No. Y cuando se quedó sin posibles ladrones, un nombre quedó flotando en el aire: - ¿No será...? ¿No creo...? - No sé a quién te refieres... (me daba vergüenza mirarlo de frente) - entonces su enorme boca de madera dijo: - ¡La Cotilla! - ¡Yo no he dicho nada. Lo has dicho tú! (me apresuré a decir)

Una retahíla de maldiciones fue saliendo de su bocaza hasta que, de repente, se hizo el silencio. Levanté la cabeza y un montón de pares de ojitos, más los del árbol, estaban fijos en mi. El ceño fruncido de todos no me auguraba nada bueno. 

- ¿POR QUÉ MIENTES, BOBA DE CORIA? - la voz del tenor que lleva dentro el platanero, retumbó de un extremo al otro de la calle.

Los gorriones, señalándome con sus alas, trinaron: ¡La Cotilla no se ha llevado el surtidor!

Los personajes de casa se asomaron al balcón y a las ventanas con actitud acusadora. Y la que faltaba para el duro, Pascualita, me tiró un buchito de agua envenenada al ojo dándome de lleno.

Conté la verdad mientras el ojo creía y crecía hasta salirse de la cuenca y caer, e ir rodando, a echar una ojeada a los rincones del comedor.

Como penitencia (¡no les basó lo del ojo!) tuve que convertirme de nuevo en el surtidor del otro día, echando chorros de sudor por los caños para alegría del resto del mundo.

 

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