martes, 1 de agosto de 2023

El gigante.

 Al abrir la puerta encontré a un hombre que parecía un armario de los grandes, tanto de largo como de ancho. - ¡Jesús! (exclamé) estoy en el País de los Gigantes. - E intenté cerrar la puerta pero él lo impidió poniendo su pie, talla cincuenta y cinco, en medio.

- Busco trabajo de altura, señora. - Señorita, porfi. - ¡No me lo puedo creer! ¿dónde tienen los ojos los hombres de éste barrio? - ¡Eso digo yo? - Le invité a entrar y a unos chinchones on the rocks. Eso sí, le pedí que los tomara de pie porque no tengo, ni sillas ni butacas que aguanten su peso ni su capacidad.

Luego hablamos de trabajo: - Limpio lámparas, telarañas del techo, railes de cortinas... - No estaría mal dar una buena limpieza a todo ésto. A mi primer abuelito le gusta aparecerse en lugares altos con unos modelos de alta costura y así evitaría que se ensuciaran con el polvo... Vale, empieza cuando quièras.

Lo llevé a la cocina para enseñarle donde guardo los trapos y productos de limpieza cuando, de pronto, escuché: - OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO - Pepe el jibarizado estaba asustado. Puse el llavero en el bolsillo del delantal y, en un descuido del armario de tres puertas, le pregunté: - ¿Qué te pasa? - ¡Este hombre es el nieto del jefe de la tribu enemiga que me comió!

Del susto. el corazón me salió por la boca dispuesto a tomar un poco de aire fresco pero hace tanto calor fuera que se dijo: para estar igual de acalorado, me quedo en casita. Y volvió a su sitio.

Finalizado su trabajo le di diez euros al gigante y le dije adiós, muy buenas. El dijo. - ¡Hasta mañana! - y me estremecí.

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